Mucho se ha escrito acerca del especulador judío George
Soros y bien conocidas son algunas de sus fechorías como cuando provocó la
quiebra del Banco de Inglaterra el 16 de septiembre de 1992, episodio llamado “miércoles
negro”, donde Soros obtuvo unas ganancias de unos 1.000 millones de dólares
y produjo pérdidas al pueblo británico por valor de unos 3.400 millones
de libras, lo que por supuesto no ha provocado que el gobierno lo considere
persona non grata en el Reino Unido
ni le prohíba operar en él con su entramado de organizaciones políticas o
económicas.
El único país que ha tomado una medida al respecto ha sido
la Rusia de Putin y quizás por eso en el libro “Open Society: Reforming
Global Capitalism” el señor Soros ha añadido un nuevo capítulo, “¿Quién perdió a Rusia”, que contiene
este sombrío pasaje: “Rusia no está
perdida; por el contrario, puede revivir con Putin. Pero Occidente ha perdido a
Rusia como una amiga y una aliada”. Lo que seguramente quiere decir el señor Soros
es, simplemente, que Rusia ha quedado fuera de su influencia.
Es tan frecuente leer noticias sobre el señor Soros que desde
hace años parece la esencia de todas las salsas. En el 15M podemos rastrear a
Soros, en Ucrania podemos rastrear a Soros, en las primaveras árabes, en las manifestantes
violentos anti Trump…
¿Cómo puede abarcar un solo hombre tantos escenarios? Es
sencillo, no está, ni mucho menos, solo. Por ejemplo, una de sus múltiples
organizaciones, la llamada “Alianza Democrática”, está formada por más de un
centenar de auténticos titanes del mundo financiero. Estos hombres, asociados
con el señor Soros, inyectan centenares de millones de dólares (más de 500 en
el último año) a distintos grupos de activistas que comulgan con su ideología
política. Y éste es un punto muy interesante porque curiosamente, a pesar de
los ríos de tinta que ha hecho derramar este experto en ingeniería social, poco
se ha escrito sobre su ideología. Se nos vende como un especulador sin
escrúpulos, y sin duda lo es, pero es mucho más que eso: es una de las caras más visibles de una élite que está intentando
moldear el mundo.
George Soros no es lo que podríamos llamar un ideólogo,
tampoco los son los multimillonarios que financian sus proyectos de ingeniería
social ni tampoco los activistas de su interminable entramado de organizaciones.
El principal artífice de la ideología de estos visionarios que pueden ser
considerados los constructores del Nuevo Orden Mundial es el judío Karl Raimund Popper. No en vano su más reputada e influyente obra es “La sociedad
abierta y sus enemigos”, una obra en dos volúmenes que escribió
durante la Segunda Guerra Mundial.
Es en este punto donde merece la
pena recordar que la más importante organización creada por George Soros es la Open Society Foundation (OSF). Sí, el señor Soros y su grupo de filántropos
que gastan cientos y cientos de millones en grupos de activistas políticos
afines a ellos ideológicamente no ocultan su admiración por el pensador judío Karl
Raimund Popper.
Durante la guerra
fría las teorías de Popper y sus sociedades abiertas fueron tomando fuerza. ¿Pero
cómo son esas sociedades abiertas que defendía Popper? Las sociedades abiertas
tienen gobiernos tolerantes, atienden a las inquietudes de los ciudadanos, la
libertad y los derechos humanos son el fundamento de la sociedad abierta. Parece
el paraíso ¿verdad?
Los individuos de una sociedad abierta toman decisiones
individuales no colectivas como en el “tribalismo”,
concepto al que se ha reducido la idea de nación o pueblo en la visión del
mundo de Popper. Según él las sociedades tribales y colectivistas no distinguen
entre las leyes naturales y las costumbres y en consecuencia no es probable que
los individuos desafíen o cuestionen las costumbres: la tradición compartida es
tribal, la cultura compartida es tribal y los principios éticos y morales
compartidos son tribales. Por lo tanto una sociedad abierta está indefectiblemente
asociada con el pluralismo religioso, étnico y cultural, en definitiva una sociedad
nihilista. Ese paraíso, al menos para aquellos
que creemos tener derecho a nuestra identidad colectiva y a nuestros legítimos
sentimientos de pertenencia a un grupo humano o pueblo ya no está tan claro
¿verdad?
Popper ve esa concepción de la sociedad abierta como
favorecedora de desarrollos socio-económicos gracias al contacto con otras culturas,
lo que facilita la percepción de alternativas a "soluciones únicas”. Bien,
ya tenemos aquí la inmigración masiva, la sociedad multicultural y por supuesto,
un modelo de capitalismo global que ha entusiasmado a las altas finanzas.
Pero además la tolerancia de las sociedades abiertas es muy
selectiva. Si usted es un defensor de la soberanía nacional o de la identidad
de los pueblos, especialmente los pueblos occidentales, usted conocerá una
faceta nada agradable de las tolerantes sociedades abiertas: la intolerancia
con el intolerante. En cuanto a mostrar atención a las inquietudes de los
ciudadanos es mejor que lo olvide, si a usted le inquieta, por ejemplo, la
destrucción del pequeño comercio fagocitado por grandes multinacionales, el
comercio chino o los negocios franquiciados sus inquietudes tribales no serán
atendidas; si le preocupa, por ejemplo, el deterioro de las tradiciones de su
comunidad sus inquietudes tribales no serán atendidas; y si le inquieta, por
ejemplo, empezar a sentirse un extranjero en su localidad natal fruto de la
presión demográfica ejercida por oleadas migratorias que parecen no tener fin, sus
inquietudes no sólo no serán atendidas sino que serán tachadas de discurso de
odio.
La sociedad abierta según Popper se ve amenazada por la
existencia de élites reaccionarias que buscan perpetuar una situación que ven
como natural: patriotas, identitarios, etnocentristas, etc. Estos enemigos de
las sociedades abiertas explotarán, según Popper, el sentimiento de ruptura o
inseguridad producto de la decadencia de la sociedad tribal, creando propuestas
utópicas y reaccionarias. Y por supuesto, en defensa de la libertad, habrá que
perseguir a esa gente: bienvenidos a la dictadura de lo políticamente correcto
donde la disidencia se castiga con la muerte civil y laboral del disidente contemporáneo
y con la condena al ostracismo de los pensadores de antaño.
Popper hoy día puede ser identificado sin dificultad como
un marxista cultural en lo social, pero también como un neoliberal radical en
lo económico. Pero cuando publicó sus teorías en plena postguerra Popper tuvo
un gran acierto: identificó a las democracias occidentales como las más
próximas a sus idílicas sociedades abiertas, comportándose como un auténtico
lobo con piel de cordero.
La sociedad occidental sufría de una carencia dramática de
intelectuales para enfrentarse al marxismo en la recién estrenada guerra fría,
no por casualidad ni por falta de talento, sino por que permitió que fueran
precisamente los comunistas los que llevaran a cabo la depuración del mundo intelectual
europeo tras la Segunda Guerra Mundial; se permitió que comunistas como Pablo Picasso
o Sartre segaran vidas, truncaran carreras, prohibieran escribir a decenas y
decenas de autores dejando a las democracias occidentales sin paladines frente
al marxismo.
Este error de dimensiones históricas facilitó que la a
veces ingenua sociedad occidental abrazara con entusiasmo las teorías de Popper
con los liberales a la cabeza. ¿No era Popper al fin y al cabo un intelectual
que defendía la superioridad de las democracias occidentales frente a los
países del bloque soviético? ¿No defendía el libre comercio mundial?
La socialdemocracia occidental (con alguna excepción que
veremos luego) tampoco anduvo mucho más avispada. ¿No defendían las sociedades
abiertas de Popper la tolerancia, los derechos humanos, la libertad religiosa y
la destrucción de la tradición? ¿Cómo no iba a ser Popper uno de los suyos?
Con esta premisa se le abrieron todas las puertas que tanto
él como sus seguidores aprovecharon para infiltrarse como una auténtica quinta columna
con sus ideas bajo el brazo.
De la mano de Popper la sociedad occidental fue inoculada
con un complejo coctel de agentes nocivos que supusieron su derrota, unas veces
por apatía, otras por ceguera o por mera estupidez. Las democracias occidentales
se fueron convirtieron, sin apenas darse cuenta, en esas sociedades abiertas
que pregonaba su nuevo gurú, labrando con ello nuestra ruina colectiva, el
nuevo régimen que muchos han venido en llamar Nuevo Orden Mundial que nació de la hibridación ideológica hecha
por Popper entre el marxismo cultural y la economía neoliberal más despiadada. Sus
seguidores, con el señor Soros a la cabeza, utilizaron una estrategia de engaño
colectivo que les ha funcionado a la perfección para avanzar hacia esas
sociedades abiertas con las que soñaban.
En todo Occidente se empezó a presentar a la población a dos
partidos como si de opciones políticas enfrentadas se tratasen, pero que en
realidad eran y siguen siendo las dos alas de un mismo pájaro: los partidos
socialdemócratas (izquierda) y los neoliberales (derecha). El acuerdo es tan
simple como eficaz: cuando gobernaran los socialdemócratas se avanzaría en la
agenda del marxismo cultural y no desharían ningún avance llevado a cabo por la
derecha en temas de globalización, economías, etc.; cuando gobernaran los
neoliberales se avanzaría en la agenda económica global y no desharían ninguna
de las acciones relativas al marxismo cultural de sus teóricos oponentes. ¿Le
cuesta creerlo? Haga memoria. ¿Cuántas de la las leyes de carácter ético y
moral aprobadas por los distintos gobiernos socialistas (memoria histórica,
aborto, matrimonios homosexuales, leyes de género, etc.) han sido derogadas por
los gobiernos neoliberales que les siguieron? ¿Y cuántas de las medidas
económicas neoliberales realmente importantes han sido derogadas por los
socialdemócratas? ¿Comprende el juego?
De esta forma el ciudadano está perdido: aunque elección
tras elección cambiase de voto, empujado por las náuseas hacia el gobierno
saliente que no por el entusiasmo hacia el gobierno entrante (el llamado voto
útil o aquello de votar tapándose la nariz), lo único que conseguiría es oscilar
de una pierna de las teorías de Poppe (la neoliberal despiadada) a la otra (el
marxismo cultural). Pero el avance continuará imparable y la sociedad, nuestra
sociedad, ha actuado todos estos años como el que camina descalzo sobre una
superficie calentada por el sol y salta espantado y dolorido de un pie al otro.
Cuando se dice que la población siente desafección por los partidos
tradicionales lo que ocurre es que, al menos de forma intuitiva, la gente se está
dando cuenta de estar en una trampa y percibe claramente que gobierne quien
gobierne la sociedad que se está construyendo le resulta más hostil y extraña cada
día.
Uno de los pocos intelectuales que se dio cuenta de todo
cuanto estaba ocurriendo y supo denunciarlo no fue un liberal sino un exmarxista,
Jean-François Revel, en sus libros “Cómo terminan las democracias” y “El conocimiento inútil”. Estas obras
fueron reveladoras sin duda, lástima que los liberales occidentales no les
prestasen la atención que sin duda merecían y que los marxistas le considerasen
un traidor. Ambos, neoliberales y marxistas, se postraron a los pies de los
sacerdotes de Popper que inventó una forma de “marxismo capitalista”
que tanto gusta a Soros y asociados y que constituye su verdadera ideología.
En un capítulo titulado “El fracaso de la cultura” Revel
sintetizaba de este modo su terrible autopsia acerca de las sociedades abiertas:
“La gran desgracia del siglo XX es haber sido aquel en el que el ideal
de la libertad fue puesto al servicio de la tiranía, el ideal de la igualdad al
servicio de los privilegios y todas las aspiraciones, todas las fuerzas
sociales reunidas originalmente bajo el vocablo de ‘izquierda’, embridadas al
servicio del empobrecimiento y la servidumbre. Esta inmensa impostura ha
falsificado todo el siglo, en parte por culpa de algunos de sus más grandes
intelectuales. Ella ha corrompido hasta en sus menores detalles el lenguaje y
la acción política, invertido el sentido de la moral y entronizado la mentira
al servicio del pensamiento.”
Los “intelectuales” europeos, siguiendo las tesis de Gramsci,
se convirtieron en los peores enemigos de la sociedad occidental y de sus
naciones, persiguiendo a todo aquel que les denunciara. Para ello crearon el correctísimo
político y se apoyaron para conseguirlo en una falta de parcialidad y veracidad
en nuestros medios de comunicación tan escandalosa que empieza a resultar
grotesca. Las sociedades abiertas, la
hibridación del marxismo cultural y del neoliberalismo económico más radical que
nunca nadie haya defendido, esta es la ideología del señor George Soros y no,
no está sólo.
Los principales
medios de comunicación, la industria del ocio, la mayor parte de la clase
política, el entorno educativo y los organismos supranacionales están apostando
por estas infernales sociedades abiertas que pretenden destruir nuestro países
y nuestra identidad y no tienen reparo en mentir, manipular o engañar a los
ciudadanos, ni se sienten atados de manos por ética alguna, pues su alta misión
lo justifica todo.
Por eso cuando veo que Soros, o uno de sus múltiples colectivos
de activistas subvencionados ataca a una persona o institución, lo primero que
pienso es que he encontrado una parte no contaminada de la sociedad. Puede que no sean de los míos o puede que
sí, pero lo que es seguro es que no es de los de suyos y eso no es poco en
estos tiempos.
Algunas personas consiguieron ver con claridad la
degradación ética y moral a la que nos empujan, la descomposición de nuestros
valores, de nuestra cultura y el intento indisimulado de destruir toda nuestra
civilización; apuntaron con acierto al marxismo cultural como culpable y para
intentar frenarlo se agruparon alrededor de “la
derecha” ejerciendo un voto llamado útil que sólo fue útil para fortalecer
una de las columnas del Nuevo Orden Mundial.
Otros vieron la mundialización económica, los acuerdos
trasnacionales, la demolición del estad del bienestar, el abaratamiento del
despido, la tercermundialización del mercado laboral etc. y señalaron
inequívocamente al neoliberalismo como culpable, ¡Pobres! Buscaron protección en
uno de los brazos de sus ejecutores, “la
socialdemocracia”, la otra columna del Nuevo Orden Mundial.
Pocos se dieron cuenta de que ambos peligros estaban unidos
y sincronizados, pocos se dieron cuenta de que combatir solamente a una de las
dos alas del mismo engendro, en demasiadas ocasiones, sólo servía para
fortalecer la otra faceta del monstruo.
Sólo los nacionalistas que conservamos un fuerte componente
ideológico de carácter social hemos sabido oponer un muro ideológico completo contra
el monstruo creado por Popper y sus secuaces. No es casual que si el Frente Nacional
en Francia quiere llegar al poder tendrá que hacerlo venciendo a una coalición de
liberales y socialdemócratas; no es casualidad que si los nacionalistas llegan
a al poder en Austria tendrán que hacerlo derrotando a una coalición de de
liberales y socialdemócratas; no es casual que Trump para llegar al poder tuviera
que vencer primero a los neoliberales en la primarias y a los socialdemócratas en
la generales; no es casual que la prensa neoliberal y la prensa socialdemócrata
crean que Putin es el demonio y el Brexit
un drama…
Afortunadamente el ciudadano de a pie parece estar dando
muestras de una sensatez inesperada y Soros y sus poderosos amigos están
pasando sus horas más bajas.