Desde la invención de la imprenta el universo del lector ha cambiado profundamente, hemos pasado, entre otras cosas, de la lectura intensiva a la lectura extensiva. Es decir, hace unos siglos el lector tenía a su alcance una serie bastante limitada de libros que leía una y otra vez hasta empaparse de su contenido, mientras que en el mundo moderno el lector dispone de tal cantidad de libros a su alcance que normalmente lee de forma compulsiva uno tras otro, y podría estar así toda la vida sin releer libro alguno, algo que solo en rarísimas ocasiones hace.
Por otra parte el esfuerzo y la dificultad que suponía copiar un libro hacía de selección natural, de tal forma que los pocos libros existentes eran casi indefectiblemente grandes obras de la literatura o del saber de su época, mientras que hoy día se editan muchísimas obras de escaso o nulo valor, tanto en el terreno literario como en el del conocimiento. Tengo el convencimiento de que son muchas más las obras de escaso valor que las de cierta calidad, de forma que un lector actual sale en busca del libro de calidad como si de una rara avis se tratara, y es que para dar con un libro bueno el sufrido lector contemporáneo tendrá que leerse unos cuantos libros malos y para dar con una gran obra tendrá que leer varias decenas de ellos.
A estas alturas de mi reflexión creo necesario hacer constar la obviedad de que la invención de la imprenta es una de las mejores cosas que nos han pasado y que fuera de toda duda ha traído muchas más cosas buenas que malas, pero como toda moneda, ésta también tiene su cruz y me sorprende que nadie parezca verla.
Ya casi no releemos los libros. La lectura intensiva ha desaparecido y seguramente ese estudio detallado de una gran obra que termina siendo entendida en su plenitud tenía un lado positivo. Por otro lado el intentar buscar las mejores obras dentro de una oferta tan espectacular como la que hoy se nos ofrece se ha convertido en una tarea harto difícil.
Por muchos años que viva no seré capaz de leer ni la mitad de los libros que me gustaría, aun llevando una vida de encierro al más puro estilo anacoreta que, desde luego, no es mi caso.
La primera reflexión que me hago es que tengo que empezar a ser mucho más selectivo con lo que leo. Creo que empezaré a dedicar más tiempo a obras consagradas y desde luego a los clásicos y que retomaré la casi olvidada lectura intensiva, cada seis o siete libros intentaré releer alguna de las grandes obras que ya han pasado por mis manos y que duermen el sueño de los justos en algún olvidado estante. Tengo que reconocer que son escasos los libros que he leído dos veces y me sobrarían dedos de una mano para contar los que leí una tercera vez.
Puede parecer que estas reflexiones poco tienen que ver con la línea del blog, pero no lo creo, porque la lectura amplía nuestro pensamiento y nos ayuda a tener una visión critica de la realidad que, en muchas ocasiones, se sale del dogma de lo políticamente correcto. Posiblemente esa visión critica del mundo sea una de los principales beneficios que la lectura nos aporta.
Aunque paradójicamente siempre encontraremos iletrados que defienden a ultranza los dogmas de fe de nuestro tiempo acusándonos de ignorantes y afirmando, sin pestañear y sin miedo al ridículo, que lo nuestro se cura leyendo... en fin.
Por otra parte el esfuerzo y la dificultad que suponía copiar un libro hacía de selección natural, de tal forma que los pocos libros existentes eran casi indefectiblemente grandes obras de la literatura o del saber de su época, mientras que hoy día se editan muchísimas obras de escaso o nulo valor, tanto en el terreno literario como en el del conocimiento. Tengo el convencimiento de que son muchas más las obras de escaso valor que las de cierta calidad, de forma que un lector actual sale en busca del libro de calidad como si de una rara avis se tratara, y es que para dar con un libro bueno el sufrido lector contemporáneo tendrá que leerse unos cuantos libros malos y para dar con una gran obra tendrá que leer varias decenas de ellos.
A estas alturas de mi reflexión creo necesario hacer constar la obviedad de que la invención de la imprenta es una de las mejores cosas que nos han pasado y que fuera de toda duda ha traído muchas más cosas buenas que malas, pero como toda moneda, ésta también tiene su cruz y me sorprende que nadie parezca verla.
Ya casi no releemos los libros. La lectura intensiva ha desaparecido y seguramente ese estudio detallado de una gran obra que termina siendo entendida en su plenitud tenía un lado positivo. Por otro lado el intentar buscar las mejores obras dentro de una oferta tan espectacular como la que hoy se nos ofrece se ha convertido en una tarea harto difícil.
Por muchos años que viva no seré capaz de leer ni la mitad de los libros que me gustaría, aun llevando una vida de encierro al más puro estilo anacoreta que, desde luego, no es mi caso.
La primera reflexión que me hago es que tengo que empezar a ser mucho más selectivo con lo que leo. Creo que empezaré a dedicar más tiempo a obras consagradas y desde luego a los clásicos y que retomaré la casi olvidada lectura intensiva, cada seis o siete libros intentaré releer alguna de las grandes obras que ya han pasado por mis manos y que duermen el sueño de los justos en algún olvidado estante. Tengo que reconocer que son escasos los libros que he leído dos veces y me sobrarían dedos de una mano para contar los que leí una tercera vez.
Puede parecer que estas reflexiones poco tienen que ver con la línea del blog, pero no lo creo, porque la lectura amplía nuestro pensamiento y nos ayuda a tener una visión critica de la realidad que, en muchas ocasiones, se sale del dogma de lo políticamente correcto. Posiblemente esa visión critica del mundo sea una de los principales beneficios que la lectura nos aporta.
Aunque paradójicamente siempre encontraremos iletrados que defienden a ultranza los dogmas de fe de nuestro tiempo acusándonos de ignorantes y afirmando, sin pestañear y sin miedo al ridículo, que lo nuestro se cura leyendo... en fin.