Estimado maestro:
Soy consciente de la dificultad y
de la importancia de su tarea como educador de nuestros jóvenes; de hecho, si
no lo fuera no estaría ahora mismo sentado frente al ordenador con la sana
intención de hacerle reflexionar y, por qué no, de hacerle algún reproche.
El motivo por el que me he
decidido a escribirle es una reciente conversación mantenida con uno de sus jóvenes
alumnos de cuarto de la E.S.O. En dicha conversación el muchacho en cuestión me
explicaba que en su clase estaban estudiando la poesía durante el franquismo y para
mi sorpresa me cuenta muy convencido (pues así se lo había enseñado usted en
clase) que existían tres categorías: los poetas contrarios al régimen en el
exilio, los poetas contrarios al régimen que permanecieron en España y por
último los poetas que no desearon involucrarse en política.
Comprenderá usted que mi primera
pregunta al joven estudiante no podía ser otra: “¿Y los poetas adeptos al régimen?” La respuesta fue directa: “Eran tan pocos y su calidad tan escasa que
no los hemos dado”. Cualquier persona con un mínimo de cultura podrá
imaginar mi cara de asombro y, por qué no reconocerlo, de indignación.
Esto, lejos de ser una mera
anécdota, es algo extraordinariamente grave pues, o fruto de su ignorancia, o
fruto de su intención de manipular, muchos de los mejores escritores españoles
del siglo XX han dejado de existir para veinte chavales que seguramente no
volverán a dar esa materia. Usted ha conseguido con tan sólo un par de horas de
clase garantizarse que sus alumnos alcanzaran la edad adulta con una visión
sesgada, retorcida y parcial de la literatura española. ¡¡¡Bravo!!!
Lo más preocupante es que tengo
la certeza de que no es usted un caso aislado, un simple mal maestro con el que
sus alumnos han tenido la desgracia de topar, sino el representante de toda una
generación de manipuladores dedicados a la ingeniería social y política desde
las aulas.
Parece increíble que los padres
mandemos a la escuela a nuestros hijos para que les enseñen cosas y ustedes, a
traición y con alevosía, lo que les enseñan es que Manuel Machado nunca existió.
Sí, sí, Manuel Machado, ese poeta del que, precisamente para reivindicar su
importancia, Borges dijo aquello de "No
sabía que Manuel Machado tuviera un hermano". O a lo mejor usted ni
siquiera lo sabe, porque reconozco que tengo una duda: ¿es usted un manipulador
consentido y voluntario? ¿O quizá forma parte de la primera generación de
maestros fruto de un sistema de enseñanza perverso? Lo desconozco…
Y no sé que es peor, la verdad,
si pensar que conoce a poetas como Gerardo Diego, pero ha decidido ocultar su
existencia a sus alumnos o por si el contrario, sencillamente, lo desconoce
todo sobre ese gran poeta. Pero lo verdaderamente importante es que Gerardo
Diego, al que usted incluyó en la categoría de autores que no existieron o que
eran tan mediocres que no merece la pena ser estudiados, existió, fue Premio
Nacional de Literatura en 1925, miembro desde 1947 de la Real Academia Española
y Premio Cervantes en 1979. Un currículo al parecer insuficiente para entrar en
su aula.
Y por mucho que le sorprenda hay
más, muchos más. Permítame que le refresque la memoria.
Luis Rosales es otro poeta que,
según sus clases magistrales, nunca existió o fue tan escasa la calidad de su
obra que tampoco merece ser estudiado, pero que sin embargo obtuvo el Premio
Cervantes en 1982 por el conjunto de su obra literaria. ¿Lo recuerda? Bueno, pues
sus alumnos no, no pueden recordarlo porque usted les ha robado esa parte de su
patrimonio cultural.
Del mismo modo que tampoco
recordaran ni leerán nunca estos versos:
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al Sol ni al Cielo en mi mortaja;
que he de marchar yo solo hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
porque pertenecen a otro de esos
poetas que nunca entraron por la puerta del aula en la que usted reina y
reescribe la historia. Sí, son versos de Agustín de Foxá, uno de los mejores escritores
españoles del siglo XX y que, bien por ignorancia, bien por maldad, usted ha
privado a sus alumnos del placer y del derecho a conocerlo.
Como también ha hecho con la saga
de poetas de la familia Panero, con José María Pemán y con tantos otros autores
que los jóvenes alumnos que han tenido la desgracia de pasar por sus aulas ya no
conocerán…
Es usted sin duda un buen sucesor
de chequistas como Rafael Alberti. Claro
que su tarea no consiste en la tortura y eliminación física de una generación
de intelectuales, como le tocó hacer a don Rafael, dado que los hombres a los
que usted persigue ya han fallecido y se librará por tanto de la desagradable
tarea de mancharse las manos de sangre. No, su trabajo, reconozcámoslo, es
mucho más aséptico y cobarde, porque hace falta cierto valor, o al menos
estómago, para arrojar al vacío a un enemigo político como hicieron con el
intelectual Joaquín Amigo en Ronda. A usted le basta con que eliminar sus
nombres de los apuntes de literatura de los desafortunados jóvenes que pasan
por su aula.
Como escribiría Andrés Trapiello:
"Los que ganaron la guerra perdieron
los manuales de literatura".