En toda época y en todo lugar los grandes movimientos políticos han entendido que sin una dimensión artístico-cultural, añadida a su pensamiento filosófico-político y a sus directrices económicas, sus posibilidades de triunfo se reducían de forma dramática.
Porque sin duda nada como el Arte para lanzar mensajes subliminales que van dirigidos al ánimo y a las pasiones del observador, modelando su actitud frente al mundo con una eficacia que está fuera del alcance de las teorías económicas y de los razonamientos filosóficos. Algo fundamental, porque este estado de ánimo y estas pasiones son la que finalmente mueven a la acción.
De esta forma todo poder político ha ejercido el mecenazgo sobre los artistas con los que compartía una misma visión del mundo. Esto ha sido una constante a lo largo de la Historia, y fruto de este mecenazgo son las Pirámides de Egipto, el Coliseo de Roma o la Catedral de Notre Dame.
Así, con cada nueva visión del mundo se establecía una fecunda simbiosis entre Política y Arte en la que ambas se retroalimentaban: el Arte difundía una visión política del mundo y la Política financiaba el Arte. Puede que la idea no sea muy romántica, pero lo cierto es que esto ha permitido la creación de la mayor parte del patrimonio artístico de la humanidad.
En épocas recientes podemos reconocer fácilmente dentro de esta simbiosis político-cultural ejemplos como el realismo soviético o el arte alemán del Tercer Reich.
Pero ¿qué ocurre con las democracias occidentales? Porque se nos dice que el arte contemporáneo es libre y fruto exclusivamente de la capacidad de innovación y creación de nuestros artistas, dado que el poder político en los regímenes democráticos no parecen intervenir de forma decisiva en el mundo del arte. Esto posibilita a cualquier intelectual de medio pelo, defensor del arte contemporáneo, a situarse en un plano de superioridad moral que le permite descartar y descalificar de un plumazo toda creación artística ligada a un movimiento político, máxime si dicho movimiento le cae gordo al aventajado intelectual.
Afortunadamente, como el Humanismo no parece contar con la repudia jacobina y militante de nuestros pseudo intelectuales, el arte del Renacimiento parece a salvo su intolerancia, al menos de momento, porque el día menos pensado lo descalificarán en bloque por estar íntimamente ligado a una corriente de pensamiento, como han hecho con el arte alemán.
Pero ¿y si la supuesta independencia y creatividad de la que es fruto el arte contemporáneo solo fuera una mentira? ¿Y si el arte contemporáneo hubiera sido impulsado artificialmente con fines políticos? ¿En ese caso, dónde quedaría su supuesta superioridad moral?
Presta atención porque hoy me gustaría contarte una historia muy interesante: se trata de cómo la CIA ha intervenido de forma decisiva en la difusión del arte contemporáneo. Como hemos visto, la relación entre poder político y arte es una constante a lo largo de la historia, lo realmente novedoso es el intento de disimularlo, lo que convierte a nuestros artistas en los más cínicos de la historia (al saberlo y ocultarlo) o en los tontos más útiles que ha habido al servicio del poder (al colaborar sin saberlo y encima creerse rebeldes y revolucionarios).
Todo comienza en el periodo inmediatamente posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando un opaco telón de acero dividió Europa y empezó a resultar evidente que un nuevo conflicto estaba en marcha. Y es en ese contexto cuando la élite política de Washington apostó por la creación de un centro de inteligencia exterior: la CIA.
Entre sus funciones estaba la de combatir la propaganda comunista, que encontró un campo abonado entre los intelectuales europeos, entre otras razones porque la mayor parte de los intelectuales anticomunistas habían sido ejecutados, encarcelados o condenados al ostracismo (de algunos de ellos ya hemos hablado en este blog).
La situación era alarmante ¿Qué ocurriría si los comunistas ganaban las elecciones en Italia o Francia? De la misma forma que se creó la Alianza Atlántica para evitar una invasión militar y el Plan Marshall para acabar con la penuria económica, la CIA recibió el encargo de luchar contra la propaganda comunista y combatir desde el mundo de la cultura en favor de las democracias occidentales.
Posiblemente el mejor libro escrito acerca de este tema, desconocido para muchos e incómodo para unos cuantos, es "Who Paid the Piper: the CIA and the Cultural Cold War" escrito por la historiadora británica Frances Stonor Saunders. En español la obra se tituló "La Cía y la guerra fría cultural".
La intrusión de la CIA en el campo de las fundaciones fue arrolladora gracias a su dotación económica, y muy posiblemente lo siga siendo.
"Una investigación del Congreso de EE.UU. en 1976, reveló que cerca de un 50% de las 700 subvenciones otorgadas en el campo de las actividades internacionales por las principales fundaciones fue financiado por la CIA" (Saunders, 134-135).
"La CIA considera las fundaciones como la fundación Ford la mejor y más plausible forma de cobertura para financiar" (Saunders, p. 135).
"La colaboración de fundaciones respetables y prestigiosas, según un antiguo agente de la CIA, permitió que la Agencia financiara una variedad aparentemente ilimitada de programas de acción clandestina que afectan a grupos juveniles, sindicatos, universidades, editoriales y otras instituciones privadas". (Saunders, p. 135).
El libro de Saunders desvela un conjunto de datos que nos permiten conocer mejor lo que fue la vida cultural europea entre 1947 y 1999. Los buques insignia de esta gran operación cultural fueron las fundaciones Farfield, Kaplan, Carnegie, Rockefeller y Ford, tapaderas culturales más notorias de la CIA, así como el mismísimo Museo de Arte Moderno (MOMA), al cual Nelson Rockefeller, cofundador de dicho museo, bautizó como “de la pintura de la libre empresa”. A través del MOMA Rockefeller manejó la imposición del expresionismo abstracto.
La organización eje de esta campaña encubierta, fue el Congreso por la Libertad de la Cultura, montado por el agente de la CIA Michael Josselson, entre 1950 y 1976. En su momento culminante el Congreso tuvo oficinas en 35 países, contó con docenas de empleados, publicó artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias del más alto nivel y recompensó a los músicos y otros artistas con premios y actuaciones públicas.
El expresionismo abstracto se convirtió en un arma muy eficaz en el arsenal de esta ambiciosa OTAN artística, que emprendió la promoción internacional de esta corriente pictórica que ofrecía la doble ventaja de ser, según sus defensores, auténticamente estadounidense y oponerse frontalmente al realismo socialista de manufactura estalinista y al arte alemán del periodo anterior a la guerra.
Los Estados Unidos, y en particular la ciudad de Nueva York, se estaban convirtiendo en el centro político y económico de Occidente, sólo le faltaba conseguir el liderazgo cultural y una expresión artística que compartiera su visión del mundo adecuada a su nuevo estatus de primera potencia mundial, algo que por otro lado y como empecé diciendo en este artículo, ha sido común en todos los tiempos a todas las formas de poder.
Se trataba, en definitiva, de proclamar no sólo la ruptura e independencia con respecto al arte europeo, sino además de realzar la creatividad específica de Estados Unidos, libre, abierta, vanguardista, totalmente opuesta y superadora del academicismo rígido y amanerado del realismo soviético. En la relectura final, que apoyó el presidente Dwight Eisenhower en los años cincuenta, el expresionismo abstracto resultó ser la manifestación del espíritu de la "libre empresa", que habría hecho grande a Estados Unidos.
Se desencadenó sobre Europa un verdadero Plan Marshall en el campo artístico y cultural. En estrecha colaboración la CIA, el MOMA y la Fundación Rockefeller organizaron el desembarco del expresionismo abstracto en Europa Occidental. Parte de la prensa francesa se dio cuenta de la maniobra política tras la exposición y se hizo maliciosa referencia a que el Musèe d' Art Moderne era un nuevo enclave del “territorio de Estados Unidos”. Por supuesto en este desembarco cultural contaron con la inestimable colaboración de las publicaciones masivas del emporio Time-Life, a las que se hay que añadir otras prestigiosas publicaciones del mundo del arte.
Sostiene Frances Stonor Saunders: “Tanto si les gustaba como si no, hubo pocos escritores, poetas, artistas, historiadores y críticos en la Europa de posguerra cuyos nombres no estuvieran, de una u otra manera, vinculados con esta empresa encubierta”'.
Asumámoslo, en las últimas cinco o seis décadas se ha librado una guerra cultural en que los Estados Unidos han impuesto a Europa una hegemonía cultural: tenían en nómina a los más importantes críticos de arte, poseían las más prestigiosas revistas y dirigían los principales museos. Cuando la maquinaria propagandística se ponía en marcha nadie se atrevía criticar el arte con el que nos colonizaban por miedo a parecer ridículamente incultos. Y por otro lado surgieron como setas espontáneos que eran lo suficientemente tontos como para sumarse a la campaña solo por parecer cultos y presumir de estar a la última (a la última manipulación sin duda).
Estos personajillos, que siguen existiendo, leían una crítica en la que, por supuesto, se le decía lo que era bueno y lo que no (de otra manera en el arte contemporáneo no hay quien se entere) y salía corriendo a mirar por encima del hombro a sus amistades, hinchados de esnobismo y auto pagados de falsa intelectualidad, al ser los únicos con suficiente capacidad como para apreciar esos bodrios que nos siguen exponiendo en sitos como Arco. ¡Si supieran los pobres que su privilegiado intelecto es víctima de la manipulación de la CIA! ¡Con lo de izquierdas que son la mayoría!
Ahora bien, si la guerra cultural ha terminado y posiblemente la actividad de la CIA ha remitido en gran medida ¿por qué sigue tan en boga el arte abstracto?. Pues por tres razones. Primero, se han hecho demasiadas inversiones como para empezar a tirar cuadros valiosos a la basura ¿he dicho cuadros...? digamos mejor firmas valiosas. En segundo lugar, porque los tontos pseudo intelectuales parecen no haberse enterado y es que ya lo dice el refranero “cuando un tonto sigue una linde, la linde se acaba y el tonto sigue”. Y en tercer y último lugar porque andamos escasos de ciudadanos sin complejos y sin miedo que digan aquello de que el Rey va desnudo, o en este caso, aquello de esta exposición es una tomadura de pelo.
En cualquier caso hay tres cuestiones que diferencian al arte contemporáneo de cualquier otra corriente artística asociada al poder.
1. En todo tiempo los artistas mostraron abiertamente su colaboración con el poder con complacencia, e incluso con orgullo, pero los representantes del arte contemporáneo lo ocultaron y ocultan en todo momento unos por desconocimiento (lo tontos útiles) otros por cinismo (los bien pagados).
2. Por primera vez en la historia del arte ha desaparecido los conceptos de “maestría” y “excelencia”. Por encima de cualquier otra cosa prima la innovación y el resultado de esto ha sido la extravagancia por la extravagancia.
3. En la histórica relación entre Arte y Política, ésta se usaba para difundir y proyectar un concepto del mundo sobre los pueblos y, lógicamente, debía cautivar y gustar a los mismos. Pero durante el periodo de la guerra fría cultural lo que se buscaba exclusivamente era financiar y reclutar una supuesta élite intelectual para una causa política. El pueblo fue relegado a un segundo plano, y éste reaccionó con indiferencia y rechazo hacia una forma de expresión que no tenía más razón de ser que la de premiar económicamente la militancia política de su autor.
Aquí dejo un magnífico documental al respecto. Desgraciadamente no he podido encontrarlo doblado ni subtitulado al español, no obstante creo que en su conjunto puede seguirse con interés.
P.D.: La propaganda más efectiva era definida por la CIA como aquella en la que "el sujeto se mueve en la dirección que uno desea por razones que cree son propias".
Porque sin duda nada como el Arte para lanzar mensajes subliminales que van dirigidos al ánimo y a las pasiones del observador, modelando su actitud frente al mundo con una eficacia que está fuera del alcance de las teorías económicas y de los razonamientos filosóficos. Algo fundamental, porque este estado de ánimo y estas pasiones son la que finalmente mueven a la acción.
De esta forma todo poder político ha ejercido el mecenazgo sobre los artistas con los que compartía una misma visión del mundo. Esto ha sido una constante a lo largo de la Historia, y fruto de este mecenazgo son las Pirámides de Egipto, el Coliseo de Roma o la Catedral de Notre Dame.
Así, con cada nueva visión del mundo se establecía una fecunda simbiosis entre Política y Arte en la que ambas se retroalimentaban: el Arte difundía una visión política del mundo y la Política financiaba el Arte. Puede que la idea no sea muy romántica, pero lo cierto es que esto ha permitido la creación de la mayor parte del patrimonio artístico de la humanidad.
En épocas recientes podemos reconocer fácilmente dentro de esta simbiosis político-cultural ejemplos como el realismo soviético o el arte alemán del Tercer Reich.
Pero ¿qué ocurre con las democracias occidentales? Porque se nos dice que el arte contemporáneo es libre y fruto exclusivamente de la capacidad de innovación y creación de nuestros artistas, dado que el poder político en los regímenes democráticos no parecen intervenir de forma decisiva en el mundo del arte. Esto posibilita a cualquier intelectual de medio pelo, defensor del arte contemporáneo, a situarse en un plano de superioridad moral que le permite descartar y descalificar de un plumazo toda creación artística ligada a un movimiento político, máxime si dicho movimiento le cae gordo al aventajado intelectual.
Afortunadamente, como el Humanismo no parece contar con la repudia jacobina y militante de nuestros pseudo intelectuales, el arte del Renacimiento parece a salvo su intolerancia, al menos de momento, porque el día menos pensado lo descalificarán en bloque por estar íntimamente ligado a una corriente de pensamiento, como han hecho con el arte alemán.
Pero ¿y si la supuesta independencia y creatividad de la que es fruto el arte contemporáneo solo fuera una mentira? ¿Y si el arte contemporáneo hubiera sido impulsado artificialmente con fines políticos? ¿En ese caso, dónde quedaría su supuesta superioridad moral?
Presta atención porque hoy me gustaría contarte una historia muy interesante: se trata de cómo la CIA ha intervenido de forma decisiva en la difusión del arte contemporáneo. Como hemos visto, la relación entre poder político y arte es una constante a lo largo de la historia, lo realmente novedoso es el intento de disimularlo, lo que convierte a nuestros artistas en los más cínicos de la historia (al saberlo y ocultarlo) o en los tontos más útiles que ha habido al servicio del poder (al colaborar sin saberlo y encima creerse rebeldes y revolucionarios).
Todo comienza en el periodo inmediatamente posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando un opaco telón de acero dividió Europa y empezó a resultar evidente que un nuevo conflicto estaba en marcha. Y es en ese contexto cuando la élite política de Washington apostó por la creación de un centro de inteligencia exterior: la CIA.
Entre sus funciones estaba la de combatir la propaganda comunista, que encontró un campo abonado entre los intelectuales europeos, entre otras razones porque la mayor parte de los intelectuales anticomunistas habían sido ejecutados, encarcelados o condenados al ostracismo (de algunos de ellos ya hemos hablado en este blog).
La situación era alarmante ¿Qué ocurriría si los comunistas ganaban las elecciones en Italia o Francia? De la misma forma que se creó la Alianza Atlántica para evitar una invasión militar y el Plan Marshall para acabar con la penuria económica, la CIA recibió el encargo de luchar contra la propaganda comunista y combatir desde el mundo de la cultura en favor de las democracias occidentales.
Posiblemente el mejor libro escrito acerca de este tema, desconocido para muchos e incómodo para unos cuantos, es "Who Paid the Piper: the CIA and the Cultural Cold War" escrito por la historiadora británica Frances Stonor Saunders. En español la obra se tituló "La Cía y la guerra fría cultural".
La intrusión de la CIA en el campo de las fundaciones fue arrolladora gracias a su dotación económica, y muy posiblemente lo siga siendo.
"Una investigación del Congreso de EE.UU. en 1976, reveló que cerca de un 50% de las 700 subvenciones otorgadas en el campo de las actividades internacionales por las principales fundaciones fue financiado por la CIA" (Saunders, 134-135).
"La CIA considera las fundaciones como la fundación Ford la mejor y más plausible forma de cobertura para financiar" (Saunders, p. 135).
"La colaboración de fundaciones respetables y prestigiosas, según un antiguo agente de la CIA, permitió que la Agencia financiara una variedad aparentemente ilimitada de programas de acción clandestina que afectan a grupos juveniles, sindicatos, universidades, editoriales y otras instituciones privadas". (Saunders, p. 135).
El libro de Saunders desvela un conjunto de datos que nos permiten conocer mejor lo que fue la vida cultural europea entre 1947 y 1999. Los buques insignia de esta gran operación cultural fueron las fundaciones Farfield, Kaplan, Carnegie, Rockefeller y Ford, tapaderas culturales más notorias de la CIA, así como el mismísimo Museo de Arte Moderno (MOMA), al cual Nelson Rockefeller, cofundador de dicho museo, bautizó como “de la pintura de la libre empresa”. A través del MOMA Rockefeller manejó la imposición del expresionismo abstracto.
La organización eje de esta campaña encubierta, fue el Congreso por la Libertad de la Cultura, montado por el agente de la CIA Michael Josselson, entre 1950 y 1976. En su momento culminante el Congreso tuvo oficinas en 35 países, contó con docenas de empleados, publicó artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias del más alto nivel y recompensó a los músicos y otros artistas con premios y actuaciones públicas.
El expresionismo abstracto se convirtió en un arma muy eficaz en el arsenal de esta ambiciosa OTAN artística, que emprendió la promoción internacional de esta corriente pictórica que ofrecía la doble ventaja de ser, según sus defensores, auténticamente estadounidense y oponerse frontalmente al realismo socialista de manufactura estalinista y al arte alemán del periodo anterior a la guerra.
Los Estados Unidos, y en particular la ciudad de Nueva York, se estaban convirtiendo en el centro político y económico de Occidente, sólo le faltaba conseguir el liderazgo cultural y una expresión artística que compartiera su visión del mundo adecuada a su nuevo estatus de primera potencia mundial, algo que por otro lado y como empecé diciendo en este artículo, ha sido común en todos los tiempos a todas las formas de poder.
Se trataba, en definitiva, de proclamar no sólo la ruptura e independencia con respecto al arte europeo, sino además de realzar la creatividad específica de Estados Unidos, libre, abierta, vanguardista, totalmente opuesta y superadora del academicismo rígido y amanerado del realismo soviético. En la relectura final, que apoyó el presidente Dwight Eisenhower en los años cincuenta, el expresionismo abstracto resultó ser la manifestación del espíritu de la "libre empresa", que habría hecho grande a Estados Unidos.
Se desencadenó sobre Europa un verdadero Plan Marshall en el campo artístico y cultural. En estrecha colaboración la CIA, el MOMA y la Fundación Rockefeller organizaron el desembarco del expresionismo abstracto en Europa Occidental. Parte de la prensa francesa se dio cuenta de la maniobra política tras la exposición y se hizo maliciosa referencia a que el Musèe d' Art Moderne era un nuevo enclave del “territorio de Estados Unidos”. Por supuesto en este desembarco cultural contaron con la inestimable colaboración de las publicaciones masivas del emporio Time-Life, a las que se hay que añadir otras prestigiosas publicaciones del mundo del arte.
Sostiene Frances Stonor Saunders: “Tanto si les gustaba como si no, hubo pocos escritores, poetas, artistas, historiadores y críticos en la Europa de posguerra cuyos nombres no estuvieran, de una u otra manera, vinculados con esta empresa encubierta”'.
Asumámoslo, en las últimas cinco o seis décadas se ha librado una guerra cultural en que los Estados Unidos han impuesto a Europa una hegemonía cultural: tenían en nómina a los más importantes críticos de arte, poseían las más prestigiosas revistas y dirigían los principales museos. Cuando la maquinaria propagandística se ponía en marcha nadie se atrevía criticar el arte con el que nos colonizaban por miedo a parecer ridículamente incultos. Y por otro lado surgieron como setas espontáneos que eran lo suficientemente tontos como para sumarse a la campaña solo por parecer cultos y presumir de estar a la última (a la última manipulación sin duda).
Estos personajillos, que siguen existiendo, leían una crítica en la que, por supuesto, se le decía lo que era bueno y lo que no (de otra manera en el arte contemporáneo no hay quien se entere) y salía corriendo a mirar por encima del hombro a sus amistades, hinchados de esnobismo y auto pagados de falsa intelectualidad, al ser los únicos con suficiente capacidad como para apreciar esos bodrios que nos siguen exponiendo en sitos como Arco. ¡Si supieran los pobres que su privilegiado intelecto es víctima de la manipulación de la CIA! ¡Con lo de izquierdas que son la mayoría!
Ahora bien, si la guerra cultural ha terminado y posiblemente la actividad de la CIA ha remitido en gran medida ¿por qué sigue tan en boga el arte abstracto?. Pues por tres razones. Primero, se han hecho demasiadas inversiones como para empezar a tirar cuadros valiosos a la basura ¿he dicho cuadros...? digamos mejor firmas valiosas. En segundo lugar, porque los tontos pseudo intelectuales parecen no haberse enterado y es que ya lo dice el refranero “cuando un tonto sigue una linde, la linde se acaba y el tonto sigue”. Y en tercer y último lugar porque andamos escasos de ciudadanos sin complejos y sin miedo que digan aquello de que el Rey va desnudo, o en este caso, aquello de esta exposición es una tomadura de pelo.
En cualquier caso hay tres cuestiones que diferencian al arte contemporáneo de cualquier otra corriente artística asociada al poder.
1. En todo tiempo los artistas mostraron abiertamente su colaboración con el poder con complacencia, e incluso con orgullo, pero los representantes del arte contemporáneo lo ocultaron y ocultan en todo momento unos por desconocimiento (lo tontos útiles) otros por cinismo (los bien pagados).
2. Por primera vez en la historia del arte ha desaparecido los conceptos de “maestría” y “excelencia”. Por encima de cualquier otra cosa prima la innovación y el resultado de esto ha sido la extravagancia por la extravagancia.
3. En la histórica relación entre Arte y Política, ésta se usaba para difundir y proyectar un concepto del mundo sobre los pueblos y, lógicamente, debía cautivar y gustar a los mismos. Pero durante el periodo de la guerra fría cultural lo que se buscaba exclusivamente era financiar y reclutar una supuesta élite intelectual para una causa política. El pueblo fue relegado a un segundo plano, y éste reaccionó con indiferencia y rechazo hacia una forma de expresión que no tenía más razón de ser que la de premiar económicamente la militancia política de su autor.
Aquí dejo un magnífico documental al respecto. Desgraciadamente no he podido encontrarlo doblado ni subtitulado al español, no obstante creo que en su conjunto puede seguirse con interés.
P.D.: La propaganda más efectiva era definida por la CIA como aquella en la que "el sujeto se mueve en la dirección que uno desea por razones que cree son propias".