En algunos de los artículos de este blog con la etiqueta de condenados al ostracismo he hablado brevemente de la vida y obra de algunos personajes del mundo del arte: escritores, escultores, pintores etc. que fueron condenados a olvido por la incorrección de su pensamiento político. Pero hoy me gustaría hablar de otro tipo de personaje, al que por su enorme popularidad se hizo casi imposible condenarlo al olvido.
De este modo, tan sólo una parte de su vida y de su obra fue objeto del orwelliano don de borrar el pasado o reescribirlo. Sin duda esta remodelación del pasado para amoldarlo a los nuevos tiempos contó con el beneplácito y colaboración del protagonista que vio con alivio cómo se les daba la oportunidad de salvar y, por descontado, salvar su obra.
Hoy me gustaría hablarles del escritor belga Georges Simenon y relatarles esa parte de su vida que no se suele contar y que, sin embargo, habría sobrado para sentarle en el banquillo de los acusados en un proceso de desnazificación como a tantos otros intelectuales, un pasado que a otros les habría bastado para obtener un pasaporte a las áridas tierras del olvido.
Georges Simenon nació en Lieja, oficialmente el 12 de febrero de 1903 aunque la fecha de nacimiento real fue el viernes 13 de febrero. La fecha fue cambiada por su madre Henriette, una mujer muy supersticiosa que creía de mal augurio el viernes 13, y que con esta artimaña creyó poder cambiar la suerte de su retoño. Otra peculiaridad de la madre de Georges Simenon es que era descendiente de Gabriel Brühl, bandolero y criminal que asoló la comarca de Limburg y que en 1726 terminó en el patíbulo. Simenon cuenta esto y su niñez en su novela “Pedigree”, de ahí que en sus relatos policiales el detective Jules Maigret (el más popular de todos sus personajes literarios) esté mucho más interesado en saber por qué lo hizo que en descubrir quién lo hizo, así como el particular interés del comisario Maigret por las gentes sencillas convertidas en asesinos.
Desde su nacimiento hasta la edad de 16 años su vida transcurre envuelta en un ambiente económicamente desfavorable, cierta brillantez en los estudios y algunos cambios de residencia junto a su familia y, por supuesto, de colegio. En fin, nada que no podamos encontrar en cualquier biografía del autor incluso en la misma Wikipedia. Pero en junio de 1918 fue citado por el médico de la familia para anunciarle que a su padre le quedaban apenas un par de años de vida: en poco tiempo debía encontrar el modo de mantener a los suyos.
Trabajó como ayudante en una librería en la cual entre, otras cosas, vendió libros de texto a los compañeros de la clase que acababa de abandonar. Sin duda una experiencia amarga que alimentaría su sed de revancha social. Conservó este puesto hasta que un buen día corrigió a su jefe delante de un cliente (ya entonces era un gran lector) y fue inmediatamente despedido.
Según contaba en una entrevista hacia el final de su vida, después de vagabundear sin rumbo durante semanas, se detuvo delante de “La Gaceta de Lieja”, el periódico más conservador de la localidad. “Y entonces recordé que acababa de leer un libro de Gaston Leroux (abogado devenido periodista y escritor) con el personaje de Rouletabille (detective), así que la idea de convertirme en reportero me pareció muy seductora. Fui a presentarme al director, que se murió de risa. Yo no tenía todavía dieciséis años y esa misma mañana estrenaba los pantalones largos”. Bien fuera porque le cayó en gracia a Joseph Demarteau, tercer director del periódico, o porque en ese momento coincidiera que necesitaban de un joven despierto que pudiera escribir todo tipo de noticias menores, lo cierto es que Simenon comenzó su trabajo como periodista a los dieciséis años. Cubrió desde explosiones accidentales de bombas de la gran guerra a reseñas de banquetes, congresos, conferencias, entrevistas a personalidades (como el Mariscal Foch), críticas de teatro, cine... Su contribución total a la “Gaceta de Lieja” se cifra en mil quinientos trabajos diversos, una veintena de cuentos y setecientas ochenta y cuatro viñetas de humor, muchos a precio de saldo.
En estos primeros tiempos como periodista encontramos el primer dato que suelen omitir las biografías oficiales. Entre el 19 de junio y el 13 de octubre de 1921, La Gaceta de Lieja le publicó 17 artículos bajo el título “¡El peligro judío!”. En esta serie de notas, que no desentonaba con el reaccionarismo del resto del diario, se denunciaba con violencia la omnipresencia de judíos en las finanzas, los gobiernos y las organizaciones internacionales, así como en la Sociedad de las Naciones. Con la misma virulencia, el diario se escandalizaba por lo que consideraba la nefasta influencia del judaísmo, propulsor del bolchevismo. En otras cosas, este espacio sirvió para difundir “Los protocolos de los sabios de Sion”.
Curiosamente la mayoría de sus biografías eluden el tema de su antisemitismo, y en las pocas ocasiones en que se menciona se achaca a un error de juventud y que no hacía más que transmitir la línea editorial marcada desde la dirección, argumento esgrimido por l mismo Simenon en alguna entrevista. El problema es que sus referencias antisemitas son muy numerosas en su obra y, por supuesto, se mantuvieron cuando el ya era su propio jefe.
Veamos algunos ejemplos:
Cuando en 1923 tuvo que escribir un retrato del escritor Henri Duvernois, se concentró en el rostro, para insistir en la “nariz borbónica, borbónica al modo de las narices Fisher, Bernstein, Tristán Bernard . . Todo de los Borbones... de Israel”.
En 1927, en su novela “Un Monsieur libidineux”, el profesor Goldstein aparece con los rasgos de “un hombre regordete, de apéndice nasal tan corto como se puede tener cuando uno es hijo de Israel”.
Como dice un personaje de “Lili Sourire” (1930) hablando de unos inescrupulosos hermanos usureros: “¡Qué malvados son esos Lévy y Lévy! ¿No tienen corazón? Cuando uno se llama Lévy, no se quiere a nadie, pero sí quieren la cartera de todo el mundo!”.
El bonachón del comisario Maigret tampoco se privará de este tipo de consideraciones. Desde su primera aparición, en “Pietr le Letton” (1932), el agente usa sus facultades detectivescas para descubrir en el barrio judío de Le Marais a Anna Gorskine, amante del letón. Simenon escribe: “Aparentaba más de los veinticinco años que denunciaba su documentación. Se debía sin duda a su raza. Como muchas judías de su edad, estaba hinchada, sin perder por eso cierta belleza”. Y más adelante: “todo un mestizaje de judíos que comen ajo y matan a los animales de forma distinta a los demás, diseminados por todas partes, forman sin embargo un pueblo aparte”.
El judío como ser codicioso y apátrida, es una constante en las novelas de Simenon como en “La jeune fille aux perles” o “Fou de Bergerac” (ambos de 1932), “Los tres Rembrandt” (1928), “El noviazgo de M. Hire” (1933) o “Le petit homme d’ Arkhangelsk” (1956).
En mayo de 1940, después de la invasión de Bélgica y mientras Alemania se disponía a apoderarse de París, Georges Simenon decidió cumplir con su deber patrio y presentarse en la embajada de su país en París. Apareció vestido con su indumentaria de equitación: había extraviado su uniforme militar. Ahí, el soldado Simenon recibió la orden de ocuparse del Alto Comisariado para Refugiados Belgas de la ciudad de La Rochelle. Según testigos, Simenon haría prueba de una “dedicación sobrehumana”, sin pegar el ojo en varios días y sin distinguir si los que llegaban eran belgas, italianos o incluso franceses: el origen o el pasado de la víctima no importaba. O casi, porque entre las dieciocho mil personas que Simenon debió socorrer se negó terminantemente a ocuparse de sus compatriotas judíos, entre los que se encontraban los joyeros de Amberes. Para justificar en su momento su decisión de discriminar, Simenon escribió al Prefecto: “Por último, por orden del señor Mandel, entonces Ministro del Interior, había tenido que acoger unos 1.200 diamantistas de Amberes. Constaté –y se lo hice saber a usted a su debido tiempo– que entre ellos no había una cuarta parte de belgas, sino que casi exclusivamente eran apátridas israelitas”.
Georges Simenon es muy posiblemente el escritor mas cinematográfico de Francia. Pronto sus éxitos fueron llevados al cine: en 1932 Jean Renoir llevó por primera vez a la pantalla la obra de Simenon con “La nuit du Carrefour“, aquí encontramos otra de esas partes incomodas de su biografía, pues su cenit cinematográfico lo alcanzó durante la ocupación alemana de Francia. Con nueve de sus obras adaptadas al cine se convirtió en el escritor con más obras adaptadas al cine de la Francia ocupada de mano de “La Continental“, una productora dirigida por Alfred Greven, amigo personal de Goering, y que dependía directamente del Ministerio de Propaganda del Tercer Reich, el Doctor Goebbels.
Esta colaboración se afianzó en 1942, cuando el autor cedió los derechos de Maigret, firmando un contrato que rezaba: “Declaro ser francés y de origen ario y me comprometo a aportar las pruebas de ello con una simple petición de su parte”. Simenon borró en el último momento una palabra que lo incomodaba, “francés”, pues nunca dejó de sentirse orgulloso de ser belga.
En plena guerra los Simenon alcanzaron un nivel de vida que les permitió mudarse al lujoso castillo de Terre-Neuve, una construcción del siglo XVI situada en la región de Vendée. Instalado con su esposa, su hijo Marc, su cocinera (y pronto amante) Boule, y una doncella, Georges Simenon abandonaba con frecuencia la vida castellana para asistir a algún estreno de una de las películas basadas en su obra, una oportunidad para compartir velada con algunos de los generales alemanes. Los miembros de la Kommandatur eran igualmente recibidos en el castillo.
Pero la Segunda Guerra Mundial no fue para el escritor sólo un momento de frivolidad y abundancia impunes. La resaca llegó.
En 1944 los vientos de la guerra habían cambiado. Y por las ondas aliadas de la BBC un flemático locutor anunciaba: “Señor Simenon, tenemos su ficha”. El nombre del escritor belga se había ganado, junto a Drieu La Rochelle, un lugar en las listas negras de la Resistencia. Una vez que la guerra hubo terminado, un Simenon inquieto empezó a dejarse ver leyendo por la calle el diario comunista “L’Humanité” mientras inventaba, para quien quisiera oírlo, episodios donde prestaba su auto a miembros de la Resistencia. Bastó un mero control de documentos para que la nueva policía de París le notificara que se lo buscaba por “propagandista notorio, peligroso para la seguridad del Estado”.
Su hermano Christian había ido más lejos. Se había convertido en miembro de “Rex” una organización pro-nazi belga. Mientras su jefe, León Degrelle, dirigía en Rusia la “Legión Wallona” contra los bolcheviques, él había dirigido la “Formación B”. Sentado en un banco de la Plaza de los Vosgos del barrio de Marais, Georges Simenon escuchó decir a su hermano que tenía tres opciones: entregarse, lo que equivalía a ser fusilado, exiliarse, o entrar en la Legión Extranjera. El hermano mayor lo alentó a elegir esta última alternativa. Algunos de sus biógrafos creen que este encuentro inspiró la novela "El fondo de la botella" un drama en torno al amor y la culpa en una compleja relación entre hermanos, que cobra visos de western trágico y retrata uno de los universos más desesperados de Simenon. Christian moriría dos años después en una emboscada durante una misión en Indochina.
Era cabo mayor, tenía 41 años, utilizaba el seudónimo de Christian Renault. El telegrama de duelo que recibió Georges, ya en los Estados Unidos, iba firmado por el general Raoul Salan, quien años después sería jefe militar y fundador de la organización terrorista OAS. De su madre Henriette, el escritor recibió otro telegrama que decía escuetamente: ”Georges, has matado a tu hermano”. El escritor lloró.
En cuanto a la situación de Georges, la Dirección de la Policía Judicial dispuso el 30 de agosto de 1945 su expulsión del territorio francés. La medida no sería jamás ejecutada: el propio Simenon, viendo que su situación se complicaba, (su amigo Brasillach había sido fusilado en París) se había adelantado gracias a la diligencia de la embajada belga, que le había conseguido un visado para instalarse, como muchos otros colaboracionistas, en Estados Unidos. En “Mémoires intimes” podemos descubrir sus frescas impresiones del paisaje americano: “Es la primera observación que hice cuando fui a Estados Unidos. Hay muchos judíos. Algunos han conservado los caracteres externos de su raza. Pero en su mayoría, en una o dos generaciones, han crecido diez centímetros, si no más”.
Las cifras de este escritor son incuestionables, 103 episodios de Maigret (75 novelas y 28 novelas cortas); 117 novelas conteniendo 25.000 páginas, obras completas publicadas bajo su patrónimo contenidas en 27 volúmenes, más de 500 millones de libros vendidos; traducciones en 55 lenguas, publicado en 44 países, más de 50 filmes basados en su obra, sólo en el cine francés, millares de artículos en diferentes periódicos, un millar de reportajes alrededor del mundo.
¡Cómo conseguir borrarlo de la historia! No, en el caso de Georges Simenon resultaba más sencillo maquillar al personaje, olvidar todo cuanto fuera conveniente y el nuevo y reinventado Simenon ahora si ya era presentable en público.
En 1951 fue elegido miembro de la Real Academia Belga y en 1952 recibió del Ministerio del Interior Francés una placa honorífica de Comisario Nº 0000 a nombre de Jules Maigret y fue recibido en la Academia de Lengua y Literatura Francesa (mayo de 1953), también fue elegido presidente de los Escritores de Novelas de Misterio de América (4 de diciembre1953), En 1955 fue nombrado Caballero de la Legión de Honor francesa.
Un nuevo éxito para las muy democráticas democracias occidentales que, en su esfuerzo por demostrar la ausencia de intelectuales cercanos a los distintos movimientos fascistas de mediados del siglo XX, no han tenido nunca el menor reparo en condenarlos al ostracismo o reinventarlos... No es cuestión de dejar que una incómoda verdad les estropee el maravilloso argumento de que una de las principales características del fascismo es su desprecio por la cultura.
Curiosamente, mientras Georges Simenon dejaba atrás su pasado ideológico, pareció desprenderse también de toda moralidad, a la misma velocidad con la que sobre él recaían premios y reconocimientos, se deslizaba por una espiral de degradación ética y moral.
Cualquiera diría que al robarle sus pasadas convicciones perdió su dignidad.
El 4 de septiembre de 1989, a las 3 y media, Georges acostado, toma la mano de su fiel Teresa y le dice ”por fin me voy a dormir”. Y lo hace como lo había pensado, de viejo, soñando.
Cualquiera diría que al robarle sus pasadas convicciones perdió su dignidad.
El 4 de septiembre de 1989, a las 3 y media, Georges acostado, toma la mano de su fiel Teresa y le dice ”por fin me voy a dormir”. Y lo hace como lo había pensado, de viejo, soñando.
Winston.
ResponderEliminarMira esta noticia:
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/10/16/espana/1350370145.html
"La mafia china sacaba cada mes de España entre 4 y 5 millones en metálico".
"Para el blanqueo de capitales, las tramas mafiosas utilizaban entre otros métodos el envío de grandes cantidades de dinero en metálico desde España a China dentro de contenedores transportados por barcos."
Eso si, hace unos dias, mi madre la lleve a un analisis de sangre en el centro de salud de moratalaz ('El torito').
Tras el pinchazo, una telita, y punto.
Ni tirita para sujetar la telita.
87 años tiene mi madre.
Mientras, contenedores de barcos, cargados con de 5 a 6 millones de euros, nuestros, de españoles, a China.
Lo siento, pero esto me sale:
Franco sabia como tratar esto.