Séverin Faust, más conocido por su pseudónimo literario
Camille Mauclair, nació el 29 de diciembre de
1872. Fue poeta, novelista, biógrafo, historiador del arte, escritor de
viajes y uno de los críticos de arte más leídos e influyentes de su tiempo.
En 1896 Rubén
Darío publico “Los raros”, una de sus obras menos conocidas seguramente debido
a que su obra poética tiende a eclipsar su no menos importante obra en
prosa. En “Los raros” Darío nos presenta el semblante
de algunos de los literatos más admirados por él. En 1905 reedita la obra para
poder incluir dos nombres en su lista de autores admirados; uno de ellos será Camille
Mauclair, el otro Paul Adam. Esto nos dará una idea de la altura intelectual
del ahora olvidado Mauclair que, con tan solo treinta y tres años aparece entre
los autores más admirados por un genio ya consagrado como lo era Rubén Darío.
Mauclair
estudió en París en el Liceo Louis-le-Grand; cursó la carrera en la Sorbona y
con sólo 19 años, en 1891, conoce al poeta Stéphane Mallarmé que se convirtió
en uno de sus referentes durante su juventud. Pronto comienza a hacer sus
primeras colaboraciones, curiosamente en publicaciones de ideología anarquista.
Entre
1914 y 1918, los años de la Primera Guerra Mundial, se posicionó abiertamente a
favor de la causa de los aliados y en contra de las potencias centrales
lideradas por Alemania, escribiendo y publicando artículos de ideología anti germánica.
Entre
1928 y 1933 ya se puede apreciar un profundo giro en sus posturas políticas que
se vuelven más “derechistas”, a la vez que inicia una cruzada personal contra
el arte y la arquitectura modernos desde las páginas de "Le Figaro" y "L'Ami
du Peuple", diarios controlados por el industrial y político François
Coty, un anticomunista convencido y declarado admirador del fascismo italiano.
Durante
los años previos a la Segunda Guerra Mundial el mundo del arte francés se había
dividido entre un “Escuela Francesa”,
enraizada en la tradición francesa, y una escuela de arte nueva nacida en el
extranjero, a menudo judía), la conocida como “Escuela de París”. Mauclair toma partido e incluso lidera la defensa de la tradición
francesa y mediterránea del arte (Mauclair es buen conocedor y admirador del
arte español e italiano y de sus pintores).
Dentro de esta pugna por defender un arte basado en la tradición francesa
frente a un arte controlado por metecos o extranjeros, se encuadra una de sus
más famosas obras “La farsa del arte viviente” en cuya dedicatoria podemos leer
“A los jóvenes pintores franceses dedico este
diario de una expedición contra los filisteos de la pintura”.
Mauclair,
que había atacado el academicismo excesivamente rígido y que defendió desde sus
columnas periodísticas el arte libre, llegó a un punto en que no pudo por menos
que revelarse frente a lo que consideraba teorías absurdas, especialmente el fauvismo y el cubismo, usando una expresión del crítico John Ruskin "Un
bote de pintura ha sido arrojado en la cara del público". Aún a
día de hoy resultan tan vigentes sus opiniones que a muchos nos parece imposible
no recordar alguna de las citas de Mauclair cuando contemplamos una exposición de
arte contemporáneo.
“Preciso es confesar que lo que nos muestran
es demasiado feo y que nos lo elogian con arto cinismo”.
Todo senderista sabe que una vez constatamos que hemos escogido un camino
equivocado la mejor decisión suele ser desandar el camino y regresar a la última
bifurcación, aquella en la que erramos nuestros pasos para coger el camino
correcto en lugar de deambular sin rumbo para terminar definitiva e
irremediablemente perdidos.
¿Alguna vez ha visitado una exposición de arte contemporáneo y ha tenido
la sensación de que el camino tomado por el arte en Occidente es un sendero equivocado,
un sendero dominado por teorías absurdas, con un total desapego de nuestras raíces
artísticas y culturales? ¿Un sendero dominado por mercaderes apátridas que
comercian con el arte del mismo modo en que podrían hacerlo con el acero o el petróleo?
Si es así la lectura de la obra de Mauclair, especialmente su recopilación
de artículos “La farsa del arte viviente”, le resultará no ya interesante sino imprescindible,
porque esta obra fue escrita en ese preciso momento en el que el arte en Occidente
equivocó su camino y Mauclair fue una de las pocas voces autorizadas que
intentó avisar a sus contemporáneos del error que se cometía. Si deseamos
desandar el camino equivocado tendremos que regresar a ese preciso momento en
el que Mauclair emprendió una cruzada en defensa del arte occidental y escuchar
atentamente cuanto dijo, pues no solo tuvo el acierto de advertir que tomábamos
un camino erróneo. Este ahora injustamente olvidado intelectual, haciendo
alarde de su profundo conocimiento del entorno en el que se desenvuelve el arte,
supo señalar de forma descarnada y lúcida a quienes nos arrastraban por esa
senda.
La izquierda, los internacionalistas, los mercaderes del arte, los metecos,
los judíos, así como los idiotas y los esnobs que dejaban, entonces como ahora,
que cualquier corriente les arrastrase para estar a la última aunque sea una
corriente de fango…
En pleno
auge del fascismo en Europa, Mauclair se posicionó al lado de los países del Eje
siendo uno de los muchos intelectuales franceses que se sumaron a la
“colaboración”, convirtiéndose en un firme partidario del gobierno de Vichy. Entre
1940 y 1944 trabajó como redactor en varios diarios entre los que estaban “Le Matin”, dirigido por Maurice Bunau Varilla y su hijo Guy
Bunau Varilla; "Au Pilori",
dirigido por Jean Lestandi y "La
Gerbe" dirigido por Alphonse de Châteaubriant. Todos ellos eran
diarios de ideología nacionalista y antisemita, lo que le supuso recibir duras
críticas del Comité Nacional de Escritores que le catalogó tras la guerra como
uno de los escritores prohibidos, condenándole con ello al ostracismo.
El propio
Mauclair nos cuenta cómo sus amigos en ocasiones le advirtieron del peligro de
expresar sus opiniones: “Cargará usted
con un gran peso, y todos aquellos que opinan como usted no se atreverán a
expresar en voz alta su aprobación… Se le injuriará: sus intenciones serán desnaturalizadas
y enlodadas. Tendrá usted todas las probabilidades de perder y ninguna de ganar”.
A lo que Mauclair
les contestaba:
“Si me callase perdería mucho más: la propia
estimación. Manejar una pluma y callarse o mentir es el más miserable de los
oficios. No atreverse a decir lo que se piensa, cuando la vida puede sernos
arrebatada de un momento a otro, es la mayor de las torpezas. ¡Es preciso que una
época sea muy baja para que se descubra ‘valor’ en el acto en si tan sencillo
de expresar, contra viento y marea, la propia opinión”.
Camille
Mauclair murió 23 de de abril de 1945 en París, lo que sin duda lo salvó de ser condenado por los
amantes de la libertad y del arte moderno.
Camille Mauclair. 29 de de noviembre
de 1872 -
Descanse en Paz.
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