Una vez más me siento con una taza de café frente al ordenador. Brilla el sol, no hay que trabajar y el día promete ser perezosa y plácidamente tranquilo.
10:30. La mañana empieza a torcerse ¡Quién me mandará a mí sentarme frente al ordenador a leer la prensa digital!
Todo ha sido culpa de una noticia aparentemente intrascendente y de la asociación de ideas, la maldita asociación de ideas. Dios debió crear al hombre con un interruptor que permitiera desconectar el cerebro al menos los festivos soleados.
La noticia en cuestión es que una mujer de 66 años, dueña de una modesta tienda de animales en Londres, ha sido condenada ¡por vender un pez de colores a un niño de 14 años! a pagar 1.200 euros de multa y a portar una pulsera telemática durante siete semanas en las que no podrá salir de su casa por la noche, imagino que para evitar que recorra los oscuros callejones londinenses cual Jack el destripador vendiendo peces de colores entre la niebla a menores de dieciséis años (solo de imaginarlo se me ponen los pelos de punta).
10:40. Sorpresa, perplejidad y sorbo de café ¿Por qué los ingleses habrán escogido un día como hoy para perder el juicio?.
10:41. Nuevo sorbo de café. Reflexiono un momento y me doy cuenta de que la que ha perdido el juicio, en sentido literal, es la anciana inglesa, en fin, en fin.
10:42. ¡¡Toma toma!! ¡El juicio de marras ha costado al contribuyente británico 22.473 euros!
10:43. Nueva reflexión: el juicio lo habrá perdido la anciana, pero la cordura la han perdido las instituciones inglesas.
Afortunadamente en España no ocurren estas cosas... ¿no ocurren estas cosas? ¡Cómo que no ocurren estas cosas!
Así a bote pronto se vienen a mi memoria el caso de Miguel Gallegos López, un humilde pastor de la Alpujarra para el que el fiscal pedía dos años y tres meses de prisión, además de una multa de 250.000 pesetas, por haber arrancado un manojo de 190 gramos, no de manzanilla normal, sino de “Artemisia Granatensis bois”, o el caso de Amador Ruiz Arnáiz condenado a pagar 1.000.001 pesetas por matar de una pedrada a un lagarto verdinegro.
Cualquiera pensaría que España es el país con el código penal más duro del mundo a la vista de estas actuaciones judiciales, incluso sería razonable que pensara ¡madre mía, si te hacen eso por un matojo de hierbas ¿qué te harán por atropellar a una adolescente, prenderla fuego y luego matarla? Pues está muy equivocado el que piense eso.
10:55. Ya visiblemente malhumorado empiezo a recordar al Rafita, a los Albertos, a de Juana Chaos... pffff. Será mejor que me sirva otro café.
11:02. Comienzo a reflexionar si alguna vez he sufrido esta disparidad de criterios del sistema legal español en mis propias carnes y la conclusión es que sí. Empiezo a recordar cuando no hace tanto tiempo fui dueño de un videoclub.
Abrir un pequeño negocio es una auténtica carrera de obstáculos contra la Administración, permisos, licencias, tasas... Una vez conseguido recibí no pocas visitas de la policía municipal y en todas ellas pude disfrutar de su profesionalidad y diligencia. En la primera tuvieron a bien amonestarme porque el cartel de “Existen hojas de reclamación a disposición de los clientes” debía estar unos centímetros más alto y en la segunda me recordaron que sobre los dos extintores que colgaban de la pared faltaban unas pegatinas donde se podía leer "Extintor". Bien, lo cierto es que era la norma, así que subsane dichas irregularidades y fin de la historia.
O casi fin de la historia, porque si todo terminara aquí parecería que vivimos en un país donde el cumplimiento de la ley es muy riguroso y punto, pero no, la realidad no es tan sencilla. Apenas a trescientos metros de la puerta de mi videoclub había un supermercado de una conocida cadena en el que se solía poner un subsahariano con su manta a vender películas; el precio de venta era tal que por poco más de lo que yo las alquilaba, en su manta uno podía comprarlas.
No diré que el cierre de mi negocio fuera solo y exclusivamente por esto pero, desde luego, fue una colaboración inestimable.
Lo más indignante es que la misma policía que yo pagaba vía impuestos y que celosamente guardaba por el cumplimiento de la ley en mi local, jamás le molestó por haber entrado ilegalmente en España o por la venta de productos pirateados, ni por no tener un extintor de incendios con la correspondiente pegatina junto a la manta y, por supuesto, el famoso cartelito de las hojas de reclamaciones que tanto preocupaba a esos agentes cuando entraban en mi negocio no aparecía por ningún sitio (bueno al menos yo nunca lo vi).
Como cualquiera entenderá, esta situación, aun a día de hoy hace que me sienta ligeramente molesto con nuestra siempre eficaz y nunca suficientemente ponderada Policía Municipal.
11:15. Nuevo sorbo de café para ayudar a tragar la ironía.
¿Qué puede pensar cualquier madrileño multado por hacer una mínima reforma en su cuarto de baño y carecer de licencia de obras, cuando ve en el telediario que todo un barrio ha sido construido fuera de la ley y en terreno protegido, como la Cañada Real Galiana, sin que nuestra Policía Municipal se atreva a molestar a sus propietarios?
¿Qué debe pensar un fabricante de juguetes sometido a las estrictas normas que le impone el ministerio del ramo cuando entra en una tienda de los chinos?
11:30. Llego a la conclusión de que en España conviven dos sistemas legales paralelos: uno estricto e inflexible que es aplicado sin miramientos al ciudadano corriente ante la más mínima falta y otro, asombrosamente permisivo, para aquellos ciudadanos que no han pisado levemente la línea que separa lo que es correcto y lo que no lo es, sino que viven empadronados al otro lado de la ley.
No, los ingleses no se han vuelto locos. Es Europa, es todo Occidente el que ha perdido el norte. Cada vez más normas y más severas regulan la vida de los ciudadanos de a pie con sanciones más graves, y a la vez tenemos un sistema que apuesta por la reinserción de los delincuentes, dándoles todo tipo de facilidades y garantizando sus derechos hasta unos límites en los que, contra toda lógica, el ciudadano honrado puede justamente sentirse agraviado frente al delincuente común.
¿Cómo explicar a nuestros hijos que un ciudadano puede terminar en prisión por conducir con exceso de velocidad aún sin haber provocado un accidente, mientras delincuentes con decenas de detenciones por hurtos como carteristas etc. nunca se enfrentaran a una pena de cárcel y andan libremente por la calle? Como Patryk Krzistof Romanowicz, un carterista que en el último año ha sido detenido ¡66 veces! Es decir, de media, los Mossos d’Esquadra lo han arrestado una vez cada 5,5 días durante el último año ¡y sigue en libertad!
La Ley ha empezado a transitar por un sendero distinto del de la Justicia y esto nada bueno puede traer.
12:00. Apago el ordenador, creo que va siendo hora de dar un paseo y disfrutar de esta mañana primaveral tomando una cerveza, solo una, bueno mejor una clara y si fumo lo haré en la calle aprovechando cuando vaya a cambiar el papel de la ORA, pondré mucho cuidado en no tirar la colilla al suelo y en cruzar por los pasos de cebra, y si por un descuido llego justo de tiempo para cambiarlo no correré por la acera que también esta prohibido. Prometo recordar coger mi documentación antes de salir de casa, la cartilla de vacunación del perro, su correa y las bolsas para recoger los excrementos. El permiso de circulación, el seguro obligatorio, el justificante de la ITV y el recibo del impuesto de circulación los tengo ya en la guantera...
12:05. Mejor me tomo la cerveza en casa, no sea que por un descuido termine con una pulsera telemática.
10:30. La mañana empieza a torcerse ¡Quién me mandará a mí sentarme frente al ordenador a leer la prensa digital!
Todo ha sido culpa de una noticia aparentemente intrascendente y de la asociación de ideas, la maldita asociación de ideas. Dios debió crear al hombre con un interruptor que permitiera desconectar el cerebro al menos los festivos soleados.
La noticia en cuestión es que una mujer de 66 años, dueña de una modesta tienda de animales en Londres, ha sido condenada ¡por vender un pez de colores a un niño de 14 años! a pagar 1.200 euros de multa y a portar una pulsera telemática durante siete semanas en las que no podrá salir de su casa por la noche, imagino que para evitar que recorra los oscuros callejones londinenses cual Jack el destripador vendiendo peces de colores entre la niebla a menores de dieciséis años (solo de imaginarlo se me ponen los pelos de punta).
10:40. Sorpresa, perplejidad y sorbo de café ¿Por qué los ingleses habrán escogido un día como hoy para perder el juicio?.
10:41. Nuevo sorbo de café. Reflexiono un momento y me doy cuenta de que la que ha perdido el juicio, en sentido literal, es la anciana inglesa, en fin, en fin.
10:42. ¡¡Toma toma!! ¡El juicio de marras ha costado al contribuyente británico 22.473 euros!
10:43. Nueva reflexión: el juicio lo habrá perdido la anciana, pero la cordura la han perdido las instituciones inglesas.
Afortunadamente en España no ocurren estas cosas... ¿no ocurren estas cosas? ¡Cómo que no ocurren estas cosas!
Así a bote pronto se vienen a mi memoria el caso de Miguel Gallegos López, un humilde pastor de la Alpujarra para el que el fiscal pedía dos años y tres meses de prisión, además de una multa de 250.000 pesetas, por haber arrancado un manojo de 190 gramos, no de manzanilla normal, sino de “Artemisia Granatensis bois”, o el caso de Amador Ruiz Arnáiz condenado a pagar 1.000.001 pesetas por matar de una pedrada a un lagarto verdinegro.
Cualquiera pensaría que España es el país con el código penal más duro del mundo a la vista de estas actuaciones judiciales, incluso sería razonable que pensara ¡madre mía, si te hacen eso por un matojo de hierbas ¿qué te harán por atropellar a una adolescente, prenderla fuego y luego matarla? Pues está muy equivocado el que piense eso.
10:55. Ya visiblemente malhumorado empiezo a recordar al Rafita, a los Albertos, a de Juana Chaos... pffff. Será mejor que me sirva otro café.
11:02. Comienzo a reflexionar si alguna vez he sufrido esta disparidad de criterios del sistema legal español en mis propias carnes y la conclusión es que sí. Empiezo a recordar cuando no hace tanto tiempo fui dueño de un videoclub.
Abrir un pequeño negocio es una auténtica carrera de obstáculos contra la Administración, permisos, licencias, tasas... Una vez conseguido recibí no pocas visitas de la policía municipal y en todas ellas pude disfrutar de su profesionalidad y diligencia. En la primera tuvieron a bien amonestarme porque el cartel de “Existen hojas de reclamación a disposición de los clientes” debía estar unos centímetros más alto y en la segunda me recordaron que sobre los dos extintores que colgaban de la pared faltaban unas pegatinas donde se podía leer "Extintor". Bien, lo cierto es que era la norma, así que subsane dichas irregularidades y fin de la historia.
O casi fin de la historia, porque si todo terminara aquí parecería que vivimos en un país donde el cumplimiento de la ley es muy riguroso y punto, pero no, la realidad no es tan sencilla. Apenas a trescientos metros de la puerta de mi videoclub había un supermercado de una conocida cadena en el que se solía poner un subsahariano con su manta a vender películas; el precio de venta era tal que por poco más de lo que yo las alquilaba, en su manta uno podía comprarlas.
No diré que el cierre de mi negocio fuera solo y exclusivamente por esto pero, desde luego, fue una colaboración inestimable.
Lo más indignante es que la misma policía que yo pagaba vía impuestos y que celosamente guardaba por el cumplimiento de la ley en mi local, jamás le molestó por haber entrado ilegalmente en España o por la venta de productos pirateados, ni por no tener un extintor de incendios con la correspondiente pegatina junto a la manta y, por supuesto, el famoso cartelito de las hojas de reclamaciones que tanto preocupaba a esos agentes cuando entraban en mi negocio no aparecía por ningún sitio (bueno al menos yo nunca lo vi).
Como cualquiera entenderá, esta situación, aun a día de hoy hace que me sienta ligeramente molesto con nuestra siempre eficaz y nunca suficientemente ponderada Policía Municipal.
11:15. Nuevo sorbo de café para ayudar a tragar la ironía.
¿Qué puede pensar cualquier madrileño multado por hacer una mínima reforma en su cuarto de baño y carecer de licencia de obras, cuando ve en el telediario que todo un barrio ha sido construido fuera de la ley y en terreno protegido, como la Cañada Real Galiana, sin que nuestra Policía Municipal se atreva a molestar a sus propietarios?
¿Qué debe pensar un fabricante de juguetes sometido a las estrictas normas que le impone el ministerio del ramo cuando entra en una tienda de los chinos?
11:30. Llego a la conclusión de que en España conviven dos sistemas legales paralelos: uno estricto e inflexible que es aplicado sin miramientos al ciudadano corriente ante la más mínima falta y otro, asombrosamente permisivo, para aquellos ciudadanos que no han pisado levemente la línea que separa lo que es correcto y lo que no lo es, sino que viven empadronados al otro lado de la ley.
No, los ingleses no se han vuelto locos. Es Europa, es todo Occidente el que ha perdido el norte. Cada vez más normas y más severas regulan la vida de los ciudadanos de a pie con sanciones más graves, y a la vez tenemos un sistema que apuesta por la reinserción de los delincuentes, dándoles todo tipo de facilidades y garantizando sus derechos hasta unos límites en los que, contra toda lógica, el ciudadano honrado puede justamente sentirse agraviado frente al delincuente común.
¿Cómo explicar a nuestros hijos que un ciudadano puede terminar en prisión por conducir con exceso de velocidad aún sin haber provocado un accidente, mientras delincuentes con decenas de detenciones por hurtos como carteristas etc. nunca se enfrentaran a una pena de cárcel y andan libremente por la calle? Como Patryk Krzistof Romanowicz, un carterista que en el último año ha sido detenido ¡66 veces! Es decir, de media, los Mossos d’Esquadra lo han arrestado una vez cada 5,5 días durante el último año ¡y sigue en libertad!
La Ley ha empezado a transitar por un sendero distinto del de la Justicia y esto nada bueno puede traer.
12:00. Apago el ordenador, creo que va siendo hora de dar un paseo y disfrutar de esta mañana primaveral tomando una cerveza, solo una, bueno mejor una clara y si fumo lo haré en la calle aprovechando cuando vaya a cambiar el papel de la ORA, pondré mucho cuidado en no tirar la colilla al suelo y en cruzar por los pasos de cebra, y si por un descuido llego justo de tiempo para cambiarlo no correré por la acera que también esta prohibido. Prometo recordar coger mi documentación antes de salir de casa, la cartilla de vacunación del perro, su correa y las bolsas para recoger los excrementos. El permiso de circulación, el seguro obligatorio, el justificante de la ITV y el recibo del impuesto de circulación los tengo ya en la guantera...
12:05. Mejor me tomo la cerveza en casa, no sea que por un descuido termine con una pulsera telemática.
Aquí te doy TODA la razón.
ResponderEliminarSuma a la lista otra condena.
ResponderEliminarUna victima es condenada a pagar 300.000 euros a la familia del criminal que asaltó de noche su vivienda. Pedían 7 años para la víctima y un año para cada criminal.