Hoy les traigo un artículo firmado por Juan Manuel de Prada, uno de los pocos irreverentes que se atreven a cargar contra los dogmas cuasi religiosos del pensamiento único en el que nos hallamos inmersos.
Puede que en ocasiones no esté de acuerdo con su opinión, pero ésta no es una de esas ocasiones. De hecho creo que la siempre magnífica pluma del señor de Prada en esta ocasión ha dado a luz un texto digno de ser incluído en cualquier manual de formación de aquellos que creemos que, al margen de la actual decadencia, hay otra vía posible que conduce a un futuro mejor.
Espero que les guste tanto como a mi.
Pueblos sin tradición
Los romanos completaban la compraventa de una casa mediante el acto de la traditio, por el cual el vendedor entregaba al comprador la llave que le franqueaba la entrada a su nueva propiedad. Y a esa entrega de una llave de unas generaciones a otras, una llave que, encajada en la cerradura del mundo, nos franquea sus enigmas, es a lo que llamamos tradición. Todos los tiranos que en el mundo han sido, para imponer sus designios, han tratado de destruir los lazos de la tradición, pues saben que las personas desvinculadas se convierten en carne de ingeniería social; de ahí que siempre hayan combatido los lazos vivos que mantienen a los hombres unidos en su origen y orientados hacia su fin, empezando por los lazos familiares y religiosos.
Nuestra época ha logrado disminuir las causas del hambre, de la enfermedad y el dolor físico. Pero hay otro tipo de dolor, el más propio y exclusivo del hombre, que nace de la soledad espiritual, de la desesperación, de la falta de sentido de la propia existencia, que no sólo no se ha reducido, sino que se ha incrementado de forma alarmante en nuestra época. Y este dolor nace de la falta de lazos, de esa conciencia de desarraigo que vacía la vida de sentido humano, de objetivos y de esperanza. La tradición alberga al hombre en el tiempo, como su casa lo alberga en el espacio, y le otorga su bien más preciado: el sentido temporal de las cosas, que le permite no perder la vida en la incoherencia y el hastío, la incertidumbre y la dispersión.
Los nuevos tiranos nos venden la ruptura con la tradición como una suerte de liberación mesiánica. Absolutizando el presente, los hombres llegan a creerse dioses; y olvidan que las ideas nuevas que les rondan la cabeza (que, por supuesto, son ideas inducidas por el tirano de turno, que ha modelado a su gusto la esfera interior de sus conciencias) son repetición de los viejos errores de antaño, esos errores que sólo a la luz de la tradición se delatan. Porque la tradición nos conecta con un depósito de sabiduría acumulada que sirve para explicar el mundo, que ofrece soluciones a los problemas en apariencia irresolubles que el mundo nos propone; problemas que otros confrontaron y dilucidaron antes que nosotros. Y cuando los vínculos con ese depósito de sabiduría acumulada son destruidos, cualquier intento de comprender el mundo se hace añicos.
Es verdad que los hombres han deseado siempre cambiar: pero los hombres con tradición desean ese cambio para acercarse a aquello que no cambia; los que carecen de tradición, en cambio, quieren cambiar para adaptarse a lo que de continuo cambia.
Alexis de Tocqueville, en La democracia en América, imagina la sociedad futura con unos tintes que hoy adquieren una dimensión profética:
«Veo una multitud innumerable de hombres semejantes o iguales entre sí, que giran sin cesar sobre sí mismos para procurarse placeres ruines y vulgares con los que llenan su alma. Retirado cada uno aparte, vive como extraño al destino de todos los demás: se halla al lado de sus conciudadanos, pero no los ve; los toca y no los siente; no existe sino en sí mismo y para él sólo.
Sobre estos hombres se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemejaría al poder paterno, si como él tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar.
Trabaja en su felicidad, mas pretende ser el único agente y el único árbitro de ella, provee a su seguridad y a sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su industria, arregla sus sucesiones, divide sus herencias y se lamenta de no poder evitarles el trabajo de pensar y la pena de vivir.
Después de haber tomado así entre sus poderosas manos a cada individuo y de haberlo formado a su antojo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie de un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales los espíritus más raros y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso y adelantarse a la muchedumbre:
no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales cuyo pastor es el Estado».
Convertirse en rebaño, ese es el destino de los pueblos sin tradición.
Texto original en Animales de Compañía, por Juan Manuel de Prada
Puede que en ocasiones no esté de acuerdo con su opinión, pero ésta no es una de esas ocasiones. De hecho creo que la siempre magnífica pluma del señor de Prada en esta ocasión ha dado a luz un texto digno de ser incluído en cualquier manual de formación de aquellos que creemos que, al margen de la actual decadencia, hay otra vía posible que conduce a un futuro mejor.
Espero que les guste tanto como a mi.
Pueblos sin tradición
Los romanos completaban la compraventa de una casa mediante el acto de la traditio, por el cual el vendedor entregaba al comprador la llave que le franqueaba la entrada a su nueva propiedad. Y a esa entrega de una llave de unas generaciones a otras, una llave que, encajada en la cerradura del mundo, nos franquea sus enigmas, es a lo que llamamos tradición. Todos los tiranos que en el mundo han sido, para imponer sus designios, han tratado de destruir los lazos de la tradición, pues saben que las personas desvinculadas se convierten en carne de ingeniería social; de ahí que siempre hayan combatido los lazos vivos que mantienen a los hombres unidos en su origen y orientados hacia su fin, empezando por los lazos familiares y religiosos.
Nuestra época ha logrado disminuir las causas del hambre, de la enfermedad y el dolor físico. Pero hay otro tipo de dolor, el más propio y exclusivo del hombre, que nace de la soledad espiritual, de la desesperación, de la falta de sentido de la propia existencia, que no sólo no se ha reducido, sino que se ha incrementado de forma alarmante en nuestra época. Y este dolor nace de la falta de lazos, de esa conciencia de desarraigo que vacía la vida de sentido humano, de objetivos y de esperanza. La tradición alberga al hombre en el tiempo, como su casa lo alberga en el espacio, y le otorga su bien más preciado: el sentido temporal de las cosas, que le permite no perder la vida en la incoherencia y el hastío, la incertidumbre y la dispersión.
Los nuevos tiranos nos venden la ruptura con la tradición como una suerte de liberación mesiánica. Absolutizando el presente, los hombres llegan a creerse dioses; y olvidan que las ideas nuevas que les rondan la cabeza (que, por supuesto, son ideas inducidas por el tirano de turno, que ha modelado a su gusto la esfera interior de sus conciencias) son repetición de los viejos errores de antaño, esos errores que sólo a la luz de la tradición se delatan. Porque la tradición nos conecta con un depósito de sabiduría acumulada que sirve para explicar el mundo, que ofrece soluciones a los problemas en apariencia irresolubles que el mundo nos propone; problemas que otros confrontaron y dilucidaron antes que nosotros. Y cuando los vínculos con ese depósito de sabiduría acumulada son destruidos, cualquier intento de comprender el mundo se hace añicos.
Es verdad que los hombres han deseado siempre cambiar: pero los hombres con tradición desean ese cambio para acercarse a aquello que no cambia; los que carecen de tradición, en cambio, quieren cambiar para adaptarse a lo que de continuo cambia.
Alexis de Tocqueville, en La democracia en América, imagina la sociedad futura con unos tintes que hoy adquieren una dimensión profética:
«Veo una multitud innumerable de hombres semejantes o iguales entre sí, que giran sin cesar sobre sí mismos para procurarse placeres ruines y vulgares con los que llenan su alma. Retirado cada uno aparte, vive como extraño al destino de todos los demás: se halla al lado de sus conciudadanos, pero no los ve; los toca y no los siente; no existe sino en sí mismo y para él sólo.
Sobre estos hombres se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemejaría al poder paterno, si como él tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar.
Trabaja en su felicidad, mas pretende ser el único agente y el único árbitro de ella, provee a su seguridad y a sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su industria, arregla sus sucesiones, divide sus herencias y se lamenta de no poder evitarles el trabajo de pensar y la pena de vivir.
Después de haber tomado así entre sus poderosas manos a cada individuo y de haberlo formado a su antojo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie de un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales los espíritus más raros y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso y adelantarse a la muchedumbre:
no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales cuyo pastor es el Estado».
Convertirse en rebaño, ese es el destino de los pueblos sin tradición.
Texto original en Animales de Compañía, por Juan Manuel de Prada
Fabuloso articulo, es tan esclarecedor que me he tomado la libertad, De pasarlo a facebook,
ResponderEliminarMe gusta mucho un anuncio de embutido en una masía con un campo de trigo, donde un abuelo le dice a su nieto: Las cosas buenas no deberían cambiar nunca; y qué cosa mejor que el cariño, respeto y tutela de tus ascendientes para contigo y que lógicamente tú repetirías con tus descendientes.
ResponderEliminarPues eso es sencillamente Nacionalismo, lo contrario a xenofobia; pues un buen nacionalista; esto es, un buen padre o hijo respeta y admira a otro buen padre o hijo, sea de la etnia, civilización o territorio que sea
Acabo de volver de un viaje por Irlanda, unos 10 días (Dublin, cork, Galway, Letterkenny,,).
ResponderEliminarHace unos 3 años, me recorri durante 2 semanas la Francia del sureste (Marsella, Avignon,,,).
Si viajas, y ves, y hablas con los que alli viven, es inevitable.
España no es solo la mejor, mas rica en naturaleza, y mas avanzada socialmente sociedad de Europa.
Es la mas justa, y la mas humana.
Es mas, creo que nuestra civilización, tiene cosas que nos han hecho alcanzar niveles de comprensión de la vida, que todas esas civilizaciones (Mas atrasadas, lo siento, tengo 50 años y llevo 30 viendolo, las evidencias mandan frente a los estereotipos del 'pepe, que cateto eres'), nunca han tenido, ni tendran.
Cuando veo esos millones de culos rubios, que 'giran sin cesar sobre sí mismos para procurarse placeres ruines y vulgares con los que llenan su alma ', ajenos al sentido del calor de la vida , no puedo evitar verlos , casi, como animales previos al ser humano del mediterraneo.
Depredadores mejores que nostros, es cierto, los anglosajones saben robar el petroleo de Libia (Eso si, de Hong-Kong salieron rapidito).
Pero la capacidad de depredación no hace a un lobo superior a un hombre.
'Javier, en Irlanda, Inglaterra, el porcentaje de viejos, es bajo, porque tienen bajos impuestos, pero nula seguridad social,,,'
'50 euros por entrar en un hospital con un dedo del pie roto, solo para atenderte, eso , sin radiografia...'.
'Alcohol, mucho alcohol, en irlanda, en Inglaterra, se llenan de borrachos, ,,,,'.
Creeme Whinston, yo nací en 1960, cuando nos decían lo de que 'España debe avanzar hacia la modernidad de Europa, suecia, nuestro modelo, y bla, bla, bla,,,,,'.
Son culturas, sociedades, y, me temo, razas, mas atrasadas que nio han tenido, ni nunca, me temo, tendran, cualidades (Gastronomia, arte, sentido de la vida) que desde hace milenios, son nuestro ser.
Hay que viajar, para ver y saber cuales son los valores de verdad de nuestra gran patria.
.- La educación (Casi todos, privados allá, si no tienes pelas, te jodes)(Aqui en España, nuestras licenciaturas, eran 5/6 años. Sus 'degrees', 4 años, y sus Ph.D., 2 años mas, TODOS nuestros ingenieros han hecho 6 años, como sus Ph.D.')
.- La sanidad (Un día esperando en urgencias, tras presentar la carta verde europea de seguridad social, con un dedo roto, y te ponen unas tablillas y para casa, sin una sola radiografía).
.- Nuestro sol, nuestras carreteras (Id por las nacionales francesas, id, de pueblo en pueblo).
.- Nuestro sistema Financiero (Cajas de ahorro, creadas en el siglo 19 por un franciscano, para combatir la usura, mayormente, en manos judías, recorred Dublin y buscad caja de ahorro) . Bankia, recien creada, lo ha sido bajo el 'respaldo financiero', de J.P. Morgan.
.- Nuestra empatia (Esperad hospitalidad de un belga, o francés, o ingles, veréis cuatro pastitas de mantequilla, nunca un chorizo).
Y todo eso, desde hace 40 años, a nosotros, el pueblo mas avanzado, mas rico de toda Europa, nos dicen que no, que somos primitivos, y 'necesitamos modernizarnos, empezando por nuestros 'valores''.
Y nos lo dice quien, desde el consejo de Europa, desde la bolsa francesa, de New York nos quita nuestra industria, nuestras redes ferroviarias, nuestra banca, y hasta nuestras loterias.
Nací en 1960 y escuche al 'viejo profesor'.
Hoy se lo que era, un lengua de serpiente como el hessel.
Un abrazo a todos, y luchad por lo nuestro, por una simple razón.
España no la consiguió ni un político ni un borbón.
La creo gente como Viriato, como Daoiz y Velarde, como Diaz de Viar.
Enhorabuena, somos españoles.
Conocia a A. de Tocqueville, algunos de sus trabajos ('Los grandes negocios, se hacen en democracia....' creo era una frase de uno de sus trabajos).
ResponderEliminarPero no este.
" y cubre su superficie de un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales los espíritus más raros y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso..."
Estupendo.
Saludos.
J.
Whinston,
ResponderEliminarMe gustaría que sacaras un tema sobre la droga en la adolescencia y juventud en España.
Lo que está ocurriendo, con el conocimiento y potenciación (Por ejemplo, vía dar dinero para series TV estilo Física-Química, una serie mas de las muchas que no son sino herramientas de ingeniería social para cambiar patrones de conducta) de todos los políticos, es un crimen de todos nuestros hijos.
Y el dinero que mueve la droga (2º negocio planetario, tras la prostitucion), y donde acaba (Los bancos) y quien es el mayor acreedor de medios de comunicación y de partidos políticos (Los bancos).
Hace casi un año que te conozco, y creo que si quieres, harás un buen trabajo.
Saludos.
Javier.
Madrid.
España.