Son tiempos difíciles estos en los que nos ha tocado vivir. Y no lo digo sólo por la crisis económica, lo digo principalmente por otra crisis más pertinaz, más profunda y seguramente de más difícil solución. Hablo de una crisis de valores y principios en la que está inmersa la actual sociedad española.
Muchos son los principios morales que creímos que perdurarían en el tiempo y lamentablemente nos equivocamos. Podríamos hablar de la familia, de la excelencia, de la cultura del esfuerzo... la lista lamentablemente es muy larga y sin duda uno de los principios que creíamos indiscutibles era la igualdad de los españoles ante la ley y la igualdad de oportunidades.
Tan indiscutible y razonable nos parecía que los cambios encontraron a una sociedad civil desprevenida. La sociedad civil no estaba preparada para actuar en su defensa frente a la acción de esa apisonadora ideológica que unos han definido como marxismo cultural y otros como la dictadura de lo políticamente correcto.
Muchos son los medios utilizados, incluyendo la manipulación del lenguaje. Cuando estudiábamos, al menos para aquellos que lo hicimos antes de la LOGSE, la discriminación ante la ley de los españoles nunca estaba justificada, nunca era aceptable. Por suerte ese ministerio que recibe el orwelliano nombre de Ministerio de Igualdad vino a descubrirnos que existía la discriminación positiva.
Tal es el poder mediático de esta dictadura de lo políticamente correcto que han conseguido que aquellos que se oponen a sus dogmas sean tratados como auténticos herejes. Y sí, he dicho herejes, porque la nueva moral que se está imponiendo está cuajada de auténticos dogmas de fe. No importa cuántos argumentos esgrimamos en contra, ni cuantos datos podamos aportar, sólo oponerse es motivo suficiente para merecer su descalificación.
La Real Academia Española define el término "invertir" como "Cambiar, sustituyéndolos por sus contrarios, la posición, el orden o el sentido de las cosas”. Y esto es exactamente lo que se está haciendo ante nuestros ojos, hasta tal punto que todos hemos terminado asumiendo el término discriminación positiva pese a ser un auténtico oxímoron desde un punto de vista gramatical y una aberración desde un punto de vista ideológico o moral.
Esta aberración ha terminado colándose en nuestras vidas diarias a través de la prensa, de los telediarios y de la verborrea política, hasta conseguir incluirla en nuestro lenguaje coloquial y, lo que es peor, por terminar abriéndose camino en nuestro panorama jurídico.
Cierto es que siempre han existido desigualdades con respecto a las oportunidades y derechos, pero también es cierto que, al menos en el plano moral y de las ideas, éstas se consideraban negativas y cualquier político que no quisiera suicidarse ante la opinión pública defendía que las desigualdades debían eliminarse o al menos mitigarse en la medida de lo posible. Ningún político en su sano juicio se habría atrevido a defender la desigualdad de oportunidades. Ahora, sin embargo, hay desigualdades que han sido aceptadas por la sociedad con una naturalidad vergonzosa.
Veamos algunos ejemplos.
Hemos asumido que es normal que los mismos ejecutivos que se firman a sí mismos contratos blindados que les garantizan indemnizaciones millonarias en caso de ser despedidos, pidan una y otra vez sin el menor pudor la flexibilización del mercado laboral, eufemismo que no significa otra cosa que la petición de poder despedir por menos dinero a sus empleados.
¿Ha escuchado usted a algún sindicato defender la prohibición de dichos contratos, o de lo contrario que se apliquen a la totalidad de la plantilla? No, porque esta desigualdad tiene las bendiciones del sistema.
Hemos asumido como normal que los futbolistas de primera división, esos trabajadores de lujo que cobran millones de euros al año, tengan sus puestos de trabajo protegidos frente a la mano de obra inmigrante con una normativa que limita la contratación de futbolistas extracomunitarios. Y sin embargo, si un padre de familia que se dedica a la hostelería y que a duras penas llega a fin de mes solicita algo similar para su sector será tachado de fascista y un xenófobo.
¿Ha escuchado usted alguna vez a algún progre pedir el mismo nivel de protección para el resto de trabajadores? No, esta desigualdad tiene las bendiciones del sistema.
Hemos asumido como normal que el sindicato de pilotos de la compañía IBERIA firme un convenio colectivo en el que la empresa se compromete a no contratar pilotos extranjeros mientras los sindicatos mayoritarios, muy de izquierdas ellos, renuncian a algo similar para el personal de tierra que carga los equipajes en los aviones. De hecho seguimos viéndoles detrás de las pancartas que reclaman papeles para todos.
¿Ha escuchado usted a los sindicatos mayoritarios reclamar lo mismo para el resto de personal de tierra? No, los sindicalistas españoles asumen que en España existen trabajadores de primera y trabajadores de segunda y los de segunda son representados por ellos asumiendo con deportividad que no tienen los mismos derechos.
Hemos asumido como algo normal que las mayores fortunas sean las que menos impuestos paguen a través de las SICAV y que demás la izquierda nos maree y nos tome el pelo con el ridículo impuesto de patrimonio. Si realmente desearan que los ricos paguen, no digo más sino simplemente lo que les corresponde, que terminen con los paraísos fiscales que han habilitado para ellos.
¿Ha escuchado usted alguna vez al PP o al PSOE pedir la eliminación de los paraísos fiscales de las grandes fortunas? No, lógicamente, cómo van a pedirlo si son ellos los que crearon dichos paraísos.
Hemos asumido como algo normal que los mismos políticos que dicen defender la enseñanza pública manden a sus hijos a prestigiosas escuelas privadas, y que los mismos políticos nacionalistas que imponen la inmersión lingüística la eviten para sus hijos.
Siempre he creído en la meritocracia y en la igualdad de oportunidades, siempre he soñado una sociedad en la que los mejores ocupaban los puestos de responsabilidad, no sólo por que tuvieran derecho a ello sino por que además tenían la obligación de ejercer un liderazgo del que sus conciudadanos pudiéramos beneficiarnos. Una sociedad en la que los mejores no son los que reciben mayores prebendas sino los que asumen mayores obligaciones.
Pero contra toda lógica hemos dado carta de moralidad a un mundo en el que un hijo de Obama o de algún prestigioso jurista o senador afroamericano tendrá prioridad para acceder a la universidad frente al hijo de un cajero de supermercado criado en un parque de caravanas, siempre y cuando éste sea blanco y a pesar de que sus calificaciones y méritos puedan ser superiores
A esto es lo llaman ¡discriminación positiva!
Sin duda la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y la ausencia de discriminación, para todos los españoles, es una causa por la que merece la pena luchar.
Muchos son los principios morales que creímos que perdurarían en el tiempo y lamentablemente nos equivocamos. Podríamos hablar de la familia, de la excelencia, de la cultura del esfuerzo... la lista lamentablemente es muy larga y sin duda uno de los principios que creíamos indiscutibles era la igualdad de los españoles ante la ley y la igualdad de oportunidades.
Tan indiscutible y razonable nos parecía que los cambios encontraron a una sociedad civil desprevenida. La sociedad civil no estaba preparada para actuar en su defensa frente a la acción de esa apisonadora ideológica que unos han definido como marxismo cultural y otros como la dictadura de lo políticamente correcto.
Muchos son los medios utilizados, incluyendo la manipulación del lenguaje. Cuando estudiábamos, al menos para aquellos que lo hicimos antes de la LOGSE, la discriminación ante la ley de los españoles nunca estaba justificada, nunca era aceptable. Por suerte ese ministerio que recibe el orwelliano nombre de Ministerio de Igualdad vino a descubrirnos que existía la discriminación positiva.
Tal es el poder mediático de esta dictadura de lo políticamente correcto que han conseguido que aquellos que se oponen a sus dogmas sean tratados como auténticos herejes. Y sí, he dicho herejes, porque la nueva moral que se está imponiendo está cuajada de auténticos dogmas de fe. No importa cuántos argumentos esgrimamos en contra, ni cuantos datos podamos aportar, sólo oponerse es motivo suficiente para merecer su descalificación.
La Real Academia Española define el término "invertir" como "Cambiar, sustituyéndolos por sus contrarios, la posición, el orden o el sentido de las cosas”. Y esto es exactamente lo que se está haciendo ante nuestros ojos, hasta tal punto que todos hemos terminado asumiendo el término discriminación positiva pese a ser un auténtico oxímoron desde un punto de vista gramatical y una aberración desde un punto de vista ideológico o moral.
Esta aberración ha terminado colándose en nuestras vidas diarias a través de la prensa, de los telediarios y de la verborrea política, hasta conseguir incluirla en nuestro lenguaje coloquial y, lo que es peor, por terminar abriéndose camino en nuestro panorama jurídico.
Cierto es que siempre han existido desigualdades con respecto a las oportunidades y derechos, pero también es cierto que, al menos en el plano moral y de las ideas, éstas se consideraban negativas y cualquier político que no quisiera suicidarse ante la opinión pública defendía que las desigualdades debían eliminarse o al menos mitigarse en la medida de lo posible. Ningún político en su sano juicio se habría atrevido a defender la desigualdad de oportunidades. Ahora, sin embargo, hay desigualdades que han sido aceptadas por la sociedad con una naturalidad vergonzosa.
Veamos algunos ejemplos.
Hemos asumido que es normal que los mismos ejecutivos que se firman a sí mismos contratos blindados que les garantizan indemnizaciones millonarias en caso de ser despedidos, pidan una y otra vez sin el menor pudor la flexibilización del mercado laboral, eufemismo que no significa otra cosa que la petición de poder despedir por menos dinero a sus empleados.
¿Ha escuchado usted a algún sindicato defender la prohibición de dichos contratos, o de lo contrario que se apliquen a la totalidad de la plantilla? No, porque esta desigualdad tiene las bendiciones del sistema.
Hemos asumido como normal que los futbolistas de primera división, esos trabajadores de lujo que cobran millones de euros al año, tengan sus puestos de trabajo protegidos frente a la mano de obra inmigrante con una normativa que limita la contratación de futbolistas extracomunitarios. Y sin embargo, si un padre de familia que se dedica a la hostelería y que a duras penas llega a fin de mes solicita algo similar para su sector será tachado de fascista y un xenófobo.
¿Ha escuchado usted alguna vez a algún progre pedir el mismo nivel de protección para el resto de trabajadores? No, esta desigualdad tiene las bendiciones del sistema.
Hemos asumido como normal que el sindicato de pilotos de la compañía IBERIA firme un convenio colectivo en el que la empresa se compromete a no contratar pilotos extranjeros mientras los sindicatos mayoritarios, muy de izquierdas ellos, renuncian a algo similar para el personal de tierra que carga los equipajes en los aviones. De hecho seguimos viéndoles detrás de las pancartas que reclaman papeles para todos.
¿Ha escuchado usted a los sindicatos mayoritarios reclamar lo mismo para el resto de personal de tierra? No, los sindicalistas españoles asumen que en España existen trabajadores de primera y trabajadores de segunda y los de segunda son representados por ellos asumiendo con deportividad que no tienen los mismos derechos.
Hemos asumido como algo normal que las mayores fortunas sean las que menos impuestos paguen a través de las SICAV y que demás la izquierda nos maree y nos tome el pelo con el ridículo impuesto de patrimonio. Si realmente desearan que los ricos paguen, no digo más sino simplemente lo que les corresponde, que terminen con los paraísos fiscales que han habilitado para ellos.
¿Ha escuchado usted alguna vez al PP o al PSOE pedir la eliminación de los paraísos fiscales de las grandes fortunas? No, lógicamente, cómo van a pedirlo si son ellos los que crearon dichos paraísos.
Hemos asumido como algo normal que los mismos políticos que dicen defender la enseñanza pública manden a sus hijos a prestigiosas escuelas privadas, y que los mismos políticos nacionalistas que imponen la inmersión lingüística la eviten para sus hijos.
Siempre he creído en la meritocracia y en la igualdad de oportunidades, siempre he soñado una sociedad en la que los mejores ocupaban los puestos de responsabilidad, no sólo por que tuvieran derecho a ello sino por que además tenían la obligación de ejercer un liderazgo del que sus conciudadanos pudiéramos beneficiarnos. Una sociedad en la que los mejores no son los que reciben mayores prebendas sino los que asumen mayores obligaciones.
Pero contra toda lógica hemos dado carta de moralidad a un mundo en el que un hijo de Obama o de algún prestigioso jurista o senador afroamericano tendrá prioridad para acceder a la universidad frente al hijo de un cajero de supermercado criado en un parque de caravanas, siempre y cuando éste sea blanco y a pesar de que sus calificaciones y méritos puedan ser superiores
A esto es lo llaman ¡discriminación positiva!
Sin duda la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y la ausencia de discriminación, para todos los españoles, es una causa por la que merece la pena luchar.
Whinston,
ResponderEliminarComo te gusta pensar, ese peligroso vicio humano,,,
Por cierto, en estos días, el señor santiago carrillo, es cuidado de sus dolencias, en el hospital Francisco Franco,,,,,,,,,
Espero que no se muera allí este 20-N,,,,,,
:),
¡Que ironías tiene el destino.......¡
Javier.
Madrid.
España
Jajajaja...
ResponderEliminarSí, me temo que es uno de los vicios de los que no consigo quitarme.
Desconocía la noticia de Carrillo. Sería realmente hilarante que la parca se lo llevara en ese sitio y esa fecha. Como dice la canción, sorpresas te da la vida.
Saludos
"Hemos asumido que es normal que los mismos ejecutivos que se firman a sí mismos contratos blindados que les garantizan indemnizaciones millonarias en caso de ser despedidos, pidan una y otra vez sin el menor pudor la flexibilización del mercado laboral, eufemismo que no significa otra cosa que la petición de poder despedir por menos dinero a sus empleados."
ResponderEliminarMuy bueno......
"Hemos asumido como algo normal que los mismos políticos que dicen defender la enseñanza pública manden a sus hijos a prestigiosas escuelas privadas, y que los mismos políticos nacionalistas que imponen la inmersión lingüística la eviten para sus hijos."
Fantastico Winston,,,,,,,,,
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