La cita “a hombros de gigantes” es atribuida a Bernardo de Chartre y ha sido posteriormente usada por grandes hombres de distintos campos del saber. Con ella se intenta explicar que si somos capaces de llegar más lejos en nuestra visión no es por que seamos mejores que los hombres que nos precedieron, sino porque somos elevados por su gran altura. Nadie por brillante que sea en su campo parte de cero, inicia su tarea allí donde la dejaron los que le precedieron, de esta forma, tanto en la ciencias como en las artes, hasta el mayor de los genios ha avanzado a hombros de los gigantes que le precedieron.
Repasando las principales figuras del panorama intelectual en Occidente, al menos de la segunda mitad del siglo XX a nuestros días, tanto en las artes como en las ciencias, hay dos cosas que sorprenden.
La primera es comprobar cómo la mayor parte de los científicos se mantienen al margen de la vida política y social como nunca antes lo habían hecho ¿Dónde están los Ramón y Cajal o los Gregorio Marañón de nuestro tiempo?
La segunda cosa que sorprende al espectador imparcial es que el marxismo en cualquiera de sus mil caras se haya impuesto casi como pensamiento único en el mundo del arte. Da igual que centremos nuestra mirada en el cine, la literatura o el teatro... con una eficacia que ya habrían querido para sí los censores de cualquier dictadura.
¿Cómo hemos llegado a esto?
En la historia reciente de Europa ha habido tres grandes líneas de pensamiento que terminaron por enfrentarse en lo que podríamos considerar la primera guerra civil europea: la Segunda Guerra Mundial. Los artistas y científicos, lógicamente, no se mantuvieron al margen del conflicto y como es natural su pensamiento compartió una visión del mundo con los movimientos políticos a los que pertenecían; no pocos militaron en el bando que resulto derrotado.
El destino de los científicos fue ser repartidos como parte del botín de guerra. Hoy nadie pone en duda que los logros en la carrera espacial de la NASA se hicieron a hombros de los científicos alemanes “reclutados” por los norteamericanos. El mensaje parecía claro: su trabajo nos interesa y sus ideas no nos importan, pero no cometa el error de meterse en política. Una lección muy sencilla que la comunidad científica parece haber aprendido a la perfección.
Los artistas sufrieron peor suerte, no parecían tener ninguna utilidad para el nuevo orden que se había instaurado en Occidente (debía resultarles cuanto menos embarazoso explicar al gran público la existencia de tanta genialidad equivocada). En ocasiones fueron perseguidos, pero sobre todo fueron condenados al olvido: todo autor que no comulgaba con una visión mercantil o marxista del mundo fue condenado al ostracismo. En España esta purga se pospuso hasta el final de la transición, pero fue igualmente eficaz, la nueva censura es mucho más peligrosa en cuanto que es mucho mas sutil y casi nadie se percata de ella. El sistema es bien sencillo, sacamos un autor de los libros de texto y de las aulas, luego dejamos de subvencionar sus obras y en pocos años una bruma espesa habrá ocultado a dicho autor para el gran público de forma más efectiva que la mejor censura.
Por eso los que creemos que existe una tercera vía entre la usura del liberalismo y los cantos de sirena del marxismo, debemos rescatar del olvido en que han caído para el gran público autores como Víctor de la Serna, Agustín de Foxá, Sánchez Mazas y en el plano internacional podríamos mencionar a Knut Hamsun, Robert Brasillach y Louis-Ferdinand Céline entre muchos.
No es que tengamos que vivir del pasado o que ellos sean el futuro, es sencillamente que a hombros de estos gigantes es como podremos seguir avanzando hacia el futuro aquellos que creemos que este mundo puede responder a algo que no sea el marxismo o la ley de la oferta y la demanda.
No dejes que te engañen, la cultura ni es ni ha sido nunca patrimonio de la izquierda, de hecho la mayoría de sus ¿intelectuales? no sobrevivirían a un mundo sin subvenciones.
Repasando las principales figuras del panorama intelectual en Occidente, al menos de la segunda mitad del siglo XX a nuestros días, tanto en las artes como en las ciencias, hay dos cosas que sorprenden.
La primera es comprobar cómo la mayor parte de los científicos se mantienen al margen de la vida política y social como nunca antes lo habían hecho ¿Dónde están los Ramón y Cajal o los Gregorio Marañón de nuestro tiempo?
La segunda cosa que sorprende al espectador imparcial es que el marxismo en cualquiera de sus mil caras se haya impuesto casi como pensamiento único en el mundo del arte. Da igual que centremos nuestra mirada en el cine, la literatura o el teatro... con una eficacia que ya habrían querido para sí los censores de cualquier dictadura.
¿Cómo hemos llegado a esto?
En la historia reciente de Europa ha habido tres grandes líneas de pensamiento que terminaron por enfrentarse en lo que podríamos considerar la primera guerra civil europea: la Segunda Guerra Mundial. Los artistas y científicos, lógicamente, no se mantuvieron al margen del conflicto y como es natural su pensamiento compartió una visión del mundo con los movimientos políticos a los que pertenecían; no pocos militaron en el bando que resulto derrotado.
El destino de los científicos fue ser repartidos como parte del botín de guerra. Hoy nadie pone en duda que los logros en la carrera espacial de la NASA se hicieron a hombros de los científicos alemanes “reclutados” por los norteamericanos. El mensaje parecía claro: su trabajo nos interesa y sus ideas no nos importan, pero no cometa el error de meterse en política. Una lección muy sencilla que la comunidad científica parece haber aprendido a la perfección.
Los artistas sufrieron peor suerte, no parecían tener ninguna utilidad para el nuevo orden que se había instaurado en Occidente (debía resultarles cuanto menos embarazoso explicar al gran público la existencia de tanta genialidad equivocada). En ocasiones fueron perseguidos, pero sobre todo fueron condenados al olvido: todo autor que no comulgaba con una visión mercantil o marxista del mundo fue condenado al ostracismo. En España esta purga se pospuso hasta el final de la transición, pero fue igualmente eficaz, la nueva censura es mucho más peligrosa en cuanto que es mucho mas sutil y casi nadie se percata de ella. El sistema es bien sencillo, sacamos un autor de los libros de texto y de las aulas, luego dejamos de subvencionar sus obras y en pocos años una bruma espesa habrá ocultado a dicho autor para el gran público de forma más efectiva que la mejor censura.
Por eso los que creemos que existe una tercera vía entre la usura del liberalismo y los cantos de sirena del marxismo, debemos rescatar del olvido en que han caído para el gran público autores como Víctor de la Serna, Agustín de Foxá, Sánchez Mazas y en el plano internacional podríamos mencionar a Knut Hamsun, Robert Brasillach y Louis-Ferdinand Céline entre muchos.
No es que tengamos que vivir del pasado o que ellos sean el futuro, es sencillamente que a hombros de estos gigantes es como podremos seguir avanzando hacia el futuro aquellos que creemos que este mundo puede responder a algo que no sea el marxismo o la ley de la oferta y la demanda.
No dejes que te engañen, la cultura ni es ni ha sido nunca patrimonio de la izquierda, de hecho la mayoría de sus ¿intelectuales? no sobrevivirían a un mundo sin subvenciones.
Razón llevas en lo que expones. Muchas veces gente tiene la reflexión de la que hablas: "algo debe haber a parte de la usura del liberalismo y los cantos de sirena del marxismo".
ResponderEliminarHombros de algún gigante deberían aparecer ante estos, para que pudieran encaramarse desde lo que ya otros han pensado y elaborado, y así poder ver que, efectivamente, hay un camino.
"¿Intelectuales?".
ResponderEliminarGracias, no escribo más porque me hierve la sangre.
Como siempre excelente y muchas gracias Winston, enhorabuena y adelante por los buenos ratos leyendo tus artículos.
Un abrazo y salu2.