No son pocas las ocasiones en las que una lógica simple, pero aplastante, se convierte en el mejor argumento frente a una compleja maraña de mentiras y escabrosos argumentos políticos. Un delicioso ejemplo literario de esto es la novela "El disputado voto del señor Cayo" escrita por el siempre genial Miguel Delibes.
Es muy posible que alguno de los lectores mas jóvenes de este blog no lo recuerde, pero en la década de los 70 y los 80, antes de la caída del muro de Berlín, era frecuente encontrar a algún marxista hablando sobre las excelencias de los países soviéticos. Estos tipos eran capaces de hablar durante horas acerca de las ventajas de los países del este y sobre lo bien que se vivía en ellos; era realmente delicioso dejarles hablar y hablar hasta que al final uno les decía:
“Está bien la URRS, es el paraíso terrenal, pero hay algo que no entiendo. ¿Por qué no hay grandes movimientos de población para emigrar a esos paraísos? Y lo que es más desconcertante, ¿por qué las alambradas de las bien resguardadas fronteras de las Repúblicas Soviéticas se hacen para impedir que la gente escape del paraíso en lugar de hacerlas para contener a las masas que, en buena lógica, deberían desear entrar a cualquier precio?”
Era un placer ver sus caras, un placer que no olvidaré fácilmente.
Por supuesto que de entre todos los marxistas que proclamaban a los cuatro vientos las grandes ventajas de vivir en la URSS nunca supe de ninguno que tuviera la maleta hecha y el billete de avión en el bolsillo para escapar rumbo al paraíso.
La misma sencilla lógica se puede aplicar a día de hoy, claro que en otros terrenos y con otros interlocutores. Corrijo, en otros terrenos y con los mismos interlocutores, porque los mismos lumbreras que nos vendían las ventajas de vivir en la URSS son los que nos venden las ventajas de la inmigración, los papeles para todos etc. Claro que ahora cuentan con el inestimable apoyo de los neoliberales del PP como Doña Esperanza Aguirre. Sus motivaciones son bien distintas, por supuesto, pero la conclusión curiosamente es la misma: la inmigración es beneficiosa económicamente y enriquecedora en lo cultural.
Tan beneficiosa es su presencia que la Doña Esperanza Aguirre ha declarado recientemente “no hay inmigrantes porque avanzamos, sino que avanzamos porque hay inmigrantes”. ¡¡Bien!! ¡¡Fascinante!! Por una vez marxistas y neoliberales están de acuerdo en algo, la inmigración es beneficiosa.
Tan beneficiosa es la inmigración que en este reino de taifas en que se ha convertido la España de las autonomías, los gobiernos autonómicos se pelean entre ellos por ver quién acoge un mayor numero de inmigrantes y, por supuesto, en el plano internacional son conocidas las agrias disputas entre los países socios de la Comunidad Económica Europea por ver quién consigue una mayor cuota de inmigrantes. ¿No?
¡Pues no! Lo cierto es que es fácil recordar las quejas de la señora Aguirre por el numero de subsaharianos que eran enviados a Madrid desde Canarias, en una proporción mucho mayor que a otras regiones como Cataluña, y cómo la propia Cataluña se quejaba y exigía al Gobierno un comportamiento más estricto en cuanto a la distribución de los inmigrantes. Pero ojo, las quejas eran por que ambas comunidades consideraban que les tocaban demasiados. Paradójicamente no hay ninguna comunidad autónoma que haya alzado la voz para protestar por no tener tantos inmigrantes como le gustaría, ni siquiera la comunidad autónoma canaria se quejó de que este maná que le llegaba en pateras le fuera usurpado por la península.
¿Por qué nadie reclama una porción mayor de tan apetecible pastel?
En el plano internacional vemos atónitos a Francia enojada con Italia porque ésta le manda sus inmigrantes, motivo por el que ha estado a punto de hacer saltar los acuerdos de Schengen que permiten la libre circulación de personas. Y Dinamarca, firmante también del Tratado de Schengen, ha decidido instaurar controles fronterizos permanentes con Alemania y Suecia con el objetivo de luchar contra la inmigración ilegal... Podríamos seguir sumando noticias pero creo que, como muestra, con éstas es suficiente.
En los años ochenta los marxistas que ahora nos venden las bondades de la multiculturalidad nos vendían las bondades de la URSS, y de la misma forma que entonces no encontré a ninguno con la maleta y el pasaporte preparado para disfrutar del paraíso terrenal, aún no he encontrado a ninguno que a la hora de buscar colegio para su hijo busque premeditadamente aquel de la zona en el que estudian un mayor numero de inmigrantes con la esperanza de que su hijo disfrute de un envidiable enriquecimiento multicultural.
Del mismo modo los neoliberales nos dicen que debemos dar las gracias a la inmigración por nuestro desarrollo económico, pero luego se tiran los trastos a la cabeza para que el país vecino no le mande más inmigrantes.
Son ustedes muy libres de creer en lo que les plazca, pero en lo que a mí respecta:
Empezaré a creer en las bondades de la inmigración y su enriquecimiento cultural el día que vea a los marxistas pelear por conseguir una plaza para sus hijos en los colegios con mayor presencia de inmigrantes.
Empezaré a creer en lo fantástico del enriquecimiento cultural el día que vea cómo en una zona en la que se está produciendo un fuerte asentamiento de inmigrantes el precio de la vivienda se dispare porque los españoles en masa deseamos vivir a cualquier precio en dichos barrios, y no al contrario como ha venido sucediendo hasta ahora.
Empezaré a creer en la inmigración el día que vea al presidente de Extremadura quejándose amargamente porque la Comunidad de Madrid tiene más inmigrantes de los que la corresponden en detrimento suyo, tal y como ocurre con presupuestos subvenciones etc.
Empezaré a creer en los beneficios económicos de la inmigración cuando los países nórdicos exijan a Italia que haga un reparto equitativo a nivel comunitario de los inmigrantes que llegan a sus costas, para que ellos también puedan disfrutar de las ventajas económicas y sociales que conlleva la llegada masiva de inmigrantes.
Empezaré a creer en la multiculturalidad el día que las familias de clase media se quejen de la escasa presencia de inmigrantes residiendo en sus barrios y en los colegios de sus hijos.
Empezaré a creer en la multiculturalidad cuando nuestros empresarios cojan el coche para llevar a sus hijos a jugar a parques tomados por inmigrantes para que no se pierdan tan deseado enriquecimiento del que ya disfrutan los hijos de sus empleados.
Empezaré a creer en la multiculturalidad el día que vea a una señora del PP, luciendo melenita a lo Espe, recriminando enojada con su hija por salir con un chico español ¡habiendo tantos chicos marroquíes y dominicanos con los que podría estar saliendo!
Empezaré a creer en los beneficios económicos de la inmigración el día que empecemos a mandar inmigrantes al tercer mundo como parte de proyectos de ayuda al desarrollo.
Pero como no he visto nada de esto, me tendrán que disculpar, pero yo seguiré sin creer.
Porque la última vez que comprobé que no existía una relación coherente entre lo que nos contaban y lo que hacían, la caída del muro de Berlín vino a darme la razón. Al otro lado del muro y de las alambradas no estaba el cielo, sino el infierno, la miseria y la represión. Puede que esta vez no sea la caída de un muro sino la caída de Occidente lo que corrobore mis temores, y al otro lado de la caída de Occidente no encontraremos el paraíso multicultural que nos venden, al otro lado sólo encontraremos nuestra extinción.
Es muy posible que alguno de los lectores mas jóvenes de este blog no lo recuerde, pero en la década de los 70 y los 80, antes de la caída del muro de Berlín, era frecuente encontrar a algún marxista hablando sobre las excelencias de los países soviéticos. Estos tipos eran capaces de hablar durante horas acerca de las ventajas de los países del este y sobre lo bien que se vivía en ellos; era realmente delicioso dejarles hablar y hablar hasta que al final uno les decía:
“Está bien la URRS, es el paraíso terrenal, pero hay algo que no entiendo. ¿Por qué no hay grandes movimientos de población para emigrar a esos paraísos? Y lo que es más desconcertante, ¿por qué las alambradas de las bien resguardadas fronteras de las Repúblicas Soviéticas se hacen para impedir que la gente escape del paraíso en lugar de hacerlas para contener a las masas que, en buena lógica, deberían desear entrar a cualquier precio?”
A la intelectualidad de la izquierda europea no pareció sorprenderle que la gente arriesgara su vida para huir del paraíso soviético.
Era un placer ver sus caras, un placer que no olvidaré fácilmente.
Por supuesto que de entre todos los marxistas que proclamaban a los cuatro vientos las grandes ventajas de vivir en la URSS nunca supe de ninguno que tuviera la maleta hecha y el billete de avión en el bolsillo para escapar rumbo al paraíso.
La misma sencilla lógica se puede aplicar a día de hoy, claro que en otros terrenos y con otros interlocutores. Corrijo, en otros terrenos y con los mismos interlocutores, porque los mismos lumbreras que nos vendían las ventajas de vivir en la URSS son los que nos venden las ventajas de la inmigración, los papeles para todos etc. Claro que ahora cuentan con el inestimable apoyo de los neoliberales del PP como Doña Esperanza Aguirre. Sus motivaciones son bien distintas, por supuesto, pero la conclusión curiosamente es la misma: la inmigración es beneficiosa económicamente y enriquecedora en lo cultural.
Tan beneficiosa es su presencia que la Doña Esperanza Aguirre ha declarado recientemente “no hay inmigrantes porque avanzamos, sino que avanzamos porque hay inmigrantes”. ¡¡Bien!! ¡¡Fascinante!! Por una vez marxistas y neoliberales están de acuerdo en algo, la inmigración es beneficiosa.
Tan beneficiosa es la inmigración que en este reino de taifas en que se ha convertido la España de las autonomías, los gobiernos autonómicos se pelean entre ellos por ver quién acoge un mayor numero de inmigrantes y, por supuesto, en el plano internacional son conocidas las agrias disputas entre los países socios de la Comunidad Económica Europea por ver quién consigue una mayor cuota de inmigrantes. ¿No?
¡Pues no! Lo cierto es que es fácil recordar las quejas de la señora Aguirre por el numero de subsaharianos que eran enviados a Madrid desde Canarias, en una proporción mucho mayor que a otras regiones como Cataluña, y cómo la propia Cataluña se quejaba y exigía al Gobierno un comportamiento más estricto en cuanto a la distribución de los inmigrantes. Pero ojo, las quejas eran por que ambas comunidades consideraban que les tocaban demasiados. Paradójicamente no hay ninguna comunidad autónoma que haya alzado la voz para protestar por no tener tantos inmigrantes como le gustaría, ni siquiera la comunidad autónoma canaria se quejó de que este maná que le llegaba en pateras le fuera usurpado por la península.
¿Por qué nadie reclama una porción mayor de tan apetecible pastel?
En el plano internacional vemos atónitos a Francia enojada con Italia porque ésta le manda sus inmigrantes, motivo por el que ha estado a punto de hacer saltar los acuerdos de Schengen que permiten la libre circulación de personas. Y Dinamarca, firmante también del Tratado de Schengen, ha decidido instaurar controles fronterizos permanentes con Alemania y Suecia con el objetivo de luchar contra la inmigración ilegal... Podríamos seguir sumando noticias pero creo que, como muestra, con éstas es suficiente.
En los años ochenta los marxistas que ahora nos venden las bondades de la multiculturalidad nos vendían las bondades de la URSS, y de la misma forma que entonces no encontré a ninguno con la maleta y el pasaporte preparado para disfrutar del paraíso terrenal, aún no he encontrado a ninguno que a la hora de buscar colegio para su hijo busque premeditadamente aquel de la zona en el que estudian un mayor numero de inmigrantes con la esperanza de que su hijo disfrute de un envidiable enriquecimiento multicultural.
Del mismo modo los neoliberales nos dicen que debemos dar las gracias a la inmigración por nuestro desarrollo económico, pero luego se tiran los trastos a la cabeza para que el país vecino no le mande más inmigrantes.
Son ustedes muy libres de creer en lo que les plazca, pero en lo que a mí respecta:
Empezaré a creer en las bondades de la inmigración y su enriquecimiento cultural el día que vea a los marxistas pelear por conseguir una plaza para sus hijos en los colegios con mayor presencia de inmigrantes.
Empezaré a creer en lo fantástico del enriquecimiento cultural el día que vea cómo en una zona en la que se está produciendo un fuerte asentamiento de inmigrantes el precio de la vivienda se dispare porque los españoles en masa deseamos vivir a cualquier precio en dichos barrios, y no al contrario como ha venido sucediendo hasta ahora.
Empezaré a creer en la inmigración el día que vea al presidente de Extremadura quejándose amargamente porque la Comunidad de Madrid tiene más inmigrantes de los que la corresponden en detrimento suyo, tal y como ocurre con presupuestos subvenciones etc.
Empezaré a creer en los beneficios económicos de la inmigración cuando los países nórdicos exijan a Italia que haga un reparto equitativo a nivel comunitario de los inmigrantes que llegan a sus costas, para que ellos también puedan disfrutar de las ventajas económicas y sociales que conlleva la llegada masiva de inmigrantes.
Empezaré a creer en la multiculturalidad el día que las familias de clase media se quejen de la escasa presencia de inmigrantes residiendo en sus barrios y en los colegios de sus hijos.
Empezaré a creer en la multiculturalidad cuando nuestros empresarios cojan el coche para llevar a sus hijos a jugar a parques tomados por inmigrantes para que no se pierdan tan deseado enriquecimiento del que ya disfrutan los hijos de sus empleados.
Empezaré a creer en la multiculturalidad el día que vea a una señora del PP, luciendo melenita a lo Espe, recriminando enojada con su hija por salir con un chico español ¡habiendo tantos chicos marroquíes y dominicanos con los que podría estar saliendo!
Empezaré a creer en los beneficios económicos de la inmigración el día que empecemos a mandar inmigrantes al tercer mundo como parte de proyectos de ayuda al desarrollo.
Pero como no he visto nada de esto, me tendrán que disculpar, pero yo seguiré sin creer.
Porque la última vez que comprobé que no existía una relación coherente entre lo que nos contaban y lo que hacían, la caída del muro de Berlín vino a darme la razón. Al otro lado del muro y de las alambradas no estaba el cielo, sino el infierno, la miseria y la represión. Puede que esta vez no sea la caída de un muro sino la caída de Occidente lo que corrobore mis temores, y al otro lado de la caída de Occidente no encontraremos el paraíso multicultural que nos venden, al otro lado sólo encontraremos nuestra extinción.
Una vez mas darte las gracias por , tus articulos y decirte que no puedo estar mas de acuaerdo contigo pero ni esforzandome.
ResponderEliminarPara que de vez en cuando yo tambien aporte algo te dejo este enlace http://www.youtube.com/watch?v=WcbKHPBL5G8 y me dices a ver que te parece.
Me alegra que te haya gustado. Por cierto, muy bueno el vídeo, seguro que a los demás lectores también les gustará. Una buena aportación, gracias.
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